La gestión de uno mismo en el marketing político: más allá del lenguaje no verbal

El lenguaje no verbal: importante pero insuficiente

En época de elecciones abundan los cursos y asesorías sobre imagen y lenguaje no verbal. Los candidatos corren a buscar media coaches que les digan cómo moverse, cómo sentarse, con qué tono, intensidad y timbre hacer sus declaraciones… Organizan focus groups para evaluar distintos colores de corbata, diferentes estilos de vestimenta, poses y posturas. Enfatizan no sólo el contenido de sus mensajes sino ante todo la manera de transmitirlos.

Cosas todas importantes -pero también insuficientes.

Porque los media coaches operan sólo “desde fuera“, modificando únicamente los gestos, indumentaria y tono de voz del candidato. Pero descuidan lo que ocurre “dentro” de él mientras hace su trabajo. Y esto es crucial: pues como sostengo en otra parte, la acción casi siempre sigue a la atención. O sea, lo externo está controlado por lo interno.

Así, un candidato que ha aprendido únicamente a comportarse según el guión de sus asesores se queda indefenso en cuanto la situación se sale de lo planeado. Una pregunta inesperada, un movimiento no ensayado traicionan sus verdaderas emociones: se le nota inquieto, preocupado, irritado, agobiado, asustado… Emociones negativas que se filtran a su lenguaje no verbal y se contagian a la audiencia, contaminando sus ideas y anulando su atractivo.

La única manera de afrontar estas situaciones es saberse gestionar a uno mismo: ser capaz de manejar las propias emociones y sentimientos más allá del lenguaje no verbal. Un arte difícil pero imprescindible si se quiere llegar lejos en el liderazgo y la política.

“El color del poder”: consejos superficiales

En este video, una experta en lenguaje no verbal desmenuza el mensaje transmitido por Barack Obama mientras juega basketball con las tropas. Obama, dice ella, decidió usar una camiseta de color negro para esta ocasión; y “el negro es un color maravillosamente versátil, tiene poder y gracia… de forma que [Obama] fue capaz de hacer su entrada y ser él mismo, ser auténtico y genuino, como se puede apreciar en su sonrisa” (1:40).

Más allá de que el negro sea un color versátil y de que Obama sepa escoger sus atuendos, ¿podemos creer que su autenticidad y carisma se derivan del hecho de que haya elegido esa camiseta en particular? ¿O que cualquier candidato se volvería igual de carismático y auténtico con sólo lucir “el maravillosamente versátil color negro”? Si bien no lo afirma explícitamente, la experta lo deja entrever.

Tanto enfatiza la vestimenta que el entrevistador le pregunta (3:30) “¿y no se trata más de cómo se comporta uno que de la ropa?” A lo cual ella responde: “Sin duda, porque como me gusta decir, lo que se quiere es que la ropa se adapte a uno y a la ocasión”. (Gran verdad: lo que importa es que uno se sienta cómodo con su atuendo de manera que pueda fluir en la interacción). Pero tras este acierto vuelve a su obsesión con la ropa (3:55): “Cuando Reagan era presidente y quería mostrarse como un hombre de la calle, usaba trajes sencillos de color café… O cuando se usa una camisa azul, como tú ahora mismo, eso es confiable y cálido”.

Por desgracia, esta experta no es la excepción. El común de los coaches se fija básicamente en la ropa, los colores y texturas; secundariamente, en los gestos y entonaciones. Nunca tocan el contenido del mensaje y mucho menos la manera en que el candidato se relaciona consigo mismo. Una superficialidad que espanta. ¡Con razón la política va de mal en peor!

Cómo perder un debate antes de haberlo empezado

Pongo un ejemplo de cómo el no saber gestionarse a uno mismo puede conducir a un estrepitoso fracaso en la contienda política (cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia).

Un ciudadano de un país con un liderazgo presidencial “duro” invita al Presidente a un debate público sobre sus políticas gubernamentales. Quizá el ciudadano en cuestión -al que llamaremos “José”- tenga una segunda intención: alcanzar notoriedad para saltar a la contienda electoral en un futuro no muy lejano. En todo caso, proclama que será un debate “académico” nacido de su genuina preocupación por el futuro de la patria.

El Presidente, por su lado, se rehúsa a debatir con José increpándolo con cierta virulencia: “no voy a perder mi tiempo debatiendo con este don nadie”, exclama poco más o menos. Ese es su estilo: siempre confrontativo, sarcástico, violento, humillando y ridiculizando a quienes se le oponen. Es un experto en sacarlos de quicio. Esta estrategia, que los analistas suelen descartar atribuyéndola a su carácter visceral, encaja muy bien con su personalidad un tanto narcisista y omnipotente y con su promesa de fustigar a los corruptos y explotadores. Es en realidad su principal arma en la contienda política: cosa que ninguno de sus oponentes comprende -por lo que terminan siempre a su merced.

Como José, que inicia el debate que no fue, frente al podio vacío, quejándose amargamente de los insultos del Presidente e insinuando que su negativa a debatir se debe a que tiene miedo de la verdad. De ahí en más aprovechará cada entrevista para repetir su queja y regañar a un Presidente “que se rebaja al uso del insulto porque carece de argumentos”.

Puede que José se crea vencedor en esta batalla: no se da cuenta de que ha terminado jugando el juego marcado por su aborrecido opositor. Detrás de su postura de aparente superioridad moral es fácil percibir su verdadero estado de ánimo: su orgullo herido por la doble humillación, el desaire y el insulto.

Y los votantes lo saben. Los que se inclinan por el Presidente, aunque no sean su “voto duro”, ni siquiera se molestarán en escuchar a José: lo verán como un aprovechado jovenzuelo, representante de las élites explotadoras de toda la vida, intentando pescar a río revuelto. Imagen que confirma su actitud ofendida y resentida: “lo que le duele es que al fin les están poniendo en vereda”.

Sólo los que se sientan igualmente humillados, ofendidos e indignados por el Presidente estarán dispuestos a oír a José; pero ni siquiera ellos le darán su voto llegado el caso. Porque sólo votarán por alguien capaz de contrarrestar la violencia del Presidente sin perder su autocontrol. Por alguien que pueda ganar con firmeza y astucia, toreando los insultos y desprecios y devolviéndolos con habilidad, incluso con ira apropiadamente intensa. Por alguien que pueda ganar y liderar.

El enemigo más peligroso: tú mismo

¿Qué ha sucedido con José? Tenía buenas ideas y una oportunidad de oro: los ojos de la prensa puestos sobre su desafío. ¿Qué le llevó al fracaso?

No: la respuesta no es “los insultos del Presidente”, ni su habilidad o carisma, ni siquiera su astucia. Es simplemente la incapacidad de José de gestionar sus propias emociones y reacciones a los actos de su opositor.

Para vencer a un enemigo tan ducho es necesario aprender a lidiar no contra él sino con las emociones, dolorosas e inquietantes, que nos suscitan sus actos y palabras. Porque son estas emociones las que dictan nuestras acciones, incluyendo nuestro lenguaje no verbal; y dichas acciones, a su vez, las que forjan una imagen en los votantes. Hay que aprender a responder no desde la ira y el resentimiento sino desde la fortaleza y la serenidad. Eso nos coloca automáticamente por encima de nuestro oponente.

Pues mientras obremos bajo el imperio de las emociones que nos produce estaremos obrando a la defensiva y será él quien tenga la iniciativa en la lucha política. Él sentará la agenda de la opinión pública, marcará el paso de los eventos, definirá el modo en que se entenderán los hechos; en suma, él será el líder y nosotros los involuntarios seguidores.

José perdió, pues, por no ser capaz de gestionarse a sí mismo. Fue su propio y peor enemigo.

El arte de gestionarse a uno mismo

Este arte no se aplica solamente a las situaciones de debate sino a todo momento de la vida política, a toda decisión. A menudo los candidatos toman decisiones para desmentir o desarmar los ataques de sus contendientes sin comprender que a la gente no le preocupa la pelea entre gallos políticos sino las soluciones a sus propios problemas. Terminan vejándose mutuamente de cara a la galería; en vez de inspirar esperanza y apoyo, generan polarización y resentimiento que se convierten en tedio y apatía (“otra vez a insultar…”) Y eso sucede porque no saben gestionar sus propias emociones y se dejan llevar por ellas respondiendo y decidiendo en el calor del momento.

Recordemos que la política es el terreno de las emociones: positivas (esperanza, orgullo, afecto…) y negativas (odio, temor, resentimiento…) El líder político exitoso es por definición un experto en manejar las emociones: si “duro”, las negativas, si “blando”, las positivas. Los liderazgos populistas y autoritarios, azote de América Latina, se alimentan del odio, el resentimiento, la envidia -que nacen a su vez de la humillación, la desesperanza, la confusión y el temor.

Así, quien no sepa gestionar sus propias emociones negativas no podrá combatir el autoritarismo. Es más: ni siquiera podrá alcanzar el poder.

Pero lo crucial es que la gestión de uno mismo no sirve solamente para ganar los debates y las elecciones. Es indispensable para sostener un liderazgo positivo que afronte los verdaderos problemas de países como el Ecuador: la desconfianza, la inequidad, las injusticias cotidianas que producen resentimiento y conducen a la hostilidad y el autoritarismo.

2 thoughts on “La gestión de uno mismo en el marketing político: más allá del lenguaje no verbal

  1. Rosario says:

    Muy alentadora tu forma de comunicar, sobre la integridad de las personas que no es un marco ni un fondo sino una convinacion de ambas y como puede fluir de adentro hacia afuera para dejar un precedente a su paso, quiero aprender a esto de manera mas efectiva.gracias.

  2. Thalia says:

    Me agrada mucho saber estas cosas creo que es algo muy importante darse cuenta de las emociones pero tambien saber controlarlas para tener una mejor respuesta de la que nos estan dando y sobre todo ganar serenamente sin aceptar el regalo negativo que nos dan.

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