Árboles, tres

Prólogo

John Boorman

Hace muchos años, John Boorman dirigió dos películas que siempre me han apasionado: la oscura Zardoz y la popular Excalibur. Esta la he visto unas cuantas veces –la última, hoy; aquella, una sola, de madrugada, en un canal ignoto de un país olvidado.

Árbol – 1

Mordred y Morgana

Hay una escena magnífica en Excalibur. Perceval, el último caballero de la Tabla Redonda, exhausto tras diez años y un día en pos del Santo Grial, es conducido por Mordred, vástago del incesto entre Arturo el rey y su hermana Morgana, a un árbol del que penden los cadáveres de sus compañeros, amortajados en sus armaduras. “Estos también buscaban el Grial”, masculla Mordred (un bello y perverso muchacho rubio); “pero no supieron ganárselo”. Perceval contempla el dantesco cuadro; un cuervo se abate sobre una calavera y le arranca un ojo.

Árbol – 2

Fruto extraño

En 1937, un desconocido Abel Meeropol se quedó pasmado ante un cuadro también dantesco: los cadáveres ondeantes de dos negros linchados en Estados Unidos. Incapaz de olvidar la imagen, compuso un poema, un macabro milagro de concisión y musicalidad, que publicó sin dificultades. El azar hizo que se lo enseñara a Billie Holiday, que a ella le resultara fascinante y que lograse convertirlo en una canción suavemente espeluznante:

Strange Fruit

Southern trees bear a strange fruit,
Blood on the leaves and blood at the root,
Black body swinging in the Southern breeze,
Strange fruit hanging from the poplar trees.

Pastoral scene of the gallant South,
The bulging eyes and the twisted mouth,
Scent of magnolia sweet and fresh,
And the sudden smell of burning flesh!

Here is a fruit for the crows to pluck,
For the rain to gather, for the wind to suck,
For the sun to rot, for a tree to drop,
Here is a strange and bitter crop.

Árbol: tres

En una de las paredes del segundo piso del Museo Freud reposa, si no recuerdo mal, este cuadro:

Esperan

El nombre de su autor (Sergei Pankejeff) es prácticamente desconocido –no así su apodo: el “Hombre de los Lobos”. Allá por 1910, improvisó este boceto para transmitir más vívidamente el siguiente sueño a Sigmund Freud:

Soñé que era de noche y estaba acostado en mi cama (mi cama tenía los pies hacia la ventana, a través de la cual se veía una hilera de viejos nogales. Sé que cuando tuve este sueño era una noche de invierno). De pronto, se abre sola la ventana, y veo, con gran sobresalto, que en las ramas del grueso nogal que se alza ante la ventana hay encaramados unos cuantos lobos blancos. Eran seis o siete, totalmente blancos, y parecían más bien zorros o perros de ganado, pues tenían grandes colas como los zorros y enderezaban las orejas como los perros cuando ventean algo. Presa de horrible miedo, sin duda de ser comido por los lobos, empecé a gritar…, y desperté. Mi niñera acudió para ver lo que me pasaba, y tardé largo rato en convencerme de que sólo había sido un sueño: tan clara y precisamente había visto abrirse la ventana y a los lobos posados en el árbol. Por fin me tranquilicé sintiéndome como salvado de un peligro, y volví a dormirme.

Epílogo
Del tercer árbol no penden; allí, esperan.

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