Polvo de estrellas

(Este es mi primer cuento, escrito cuando tenía quince o dieciséis. Es, obviamente, una idea de Poe en un escenario futurista basado en parte en Alien, de Ridley Scott, y en parte en 2001, de Kubrick. No he hecho ningún cambio, aunque algunas frases lo piden con vehemencia. Aquí está, tal y como lo escribí, aunque ahora me parezca malísimo.
Un año después de escribirlo, una amiga me lo pidió para adaptarlo al teatro. Nunca vi la obra –por lo que sé, sólo se representó una vez.
Mejor así, supongo).

…Y ahora sé que me estoy volviendo loco. Es inevitable, en una nave llena de fantasmas. Entre el más cercano sistema terrestre y yo hay mil parsecs; y aunque sé que podría recorrerlos en segundos, sé también que no lo haré. Lo que debe ser será, y nadie puede evitarlo. Así estaba escrito…

Éramos cuatro: Dave y Sara, Michelle y yo. En la Polvo de estrellas llevábamos provisiones para alguna oscura y lejana colonia; tan oscura y lejana que la ruta estándar requería tres meses de hibernación y nueve de consciencia. No teníamos miedo.

Pero lo escrito debía suceder. Cuidado, futuros viajeros del espacio: los demonios han salido de sus tumbas. La muerte ya no espera: busca. Un día, ella dijo:

– Ha muerto –y el corazón de Dave murió entonces; porque Sara ya no estaba con nosotros. Había enloquecido –pero quizás la locura sea la coherencia de otro mundo. Ahora lo sé. Supongo que ellos se la llevaron: su cuerpo desapareció. Dave no lloró. No pudo hacerlo. Estaba ya muerto. Vi un extraño brillo en sus ojos.

La nave se volvió demente. Nada funcionaba. Nuestros instrumentos, nuestra conexión con los vivos, fallaron. Y Dave me confesó que Sara, que ellos, eran la causa. No sé por qué, pero no le creí.

Continuamos así varios meses. No podíamos confiar en que la nave funcionara, en que nos despertara tras el salto; sólo podíamos dejarla a la deriva y esperar el rescate.

No tuvimos que hacerlo. Mientras revisaba los circuitos de gravedad vi una sombra pasar a mi lado. ¡Era Dave! ¡Y manipulaba los controles de vacío! Advertí ese brillo en su mirada y traté de detenerlo. Su pie se enredó en la puerta de salida y la accionó. Logré escapar y cerrar la cámara; un cuerpo inerte flotaba fuera de la nave. Deduje que Michelle lo había visto todo desde la sala de control; peor para ella. David tuvo tiempo de susurrarme:

– ¿No entiendes? ¡Ya estamos muertos!

Reparamos la nave, revisamos los mapas y pusimos rumbo a Deneb en situación de emergencia. Antes de entrar a los hibernadores, Michelle murmuró algo. ¡Sus ojos me recordaban a Dave! Ensimismado, advertí que la vibración aumentaba; tomé a Michelle para llevarla a los hibernadores. Forcejeamos; ¡ella quería morir! Llegué a los hibernadores y logré meterla en uno. No tuve tiempo para mí.

Y la nave no saltó. Los circuitos energéticos habían sido preparados para cortarse apenas iniciado el salto. Repararlos me tomaría, solo, al menos una semana.

Michelle.

O Dave -¡pero Dave está muerto!

Volví al camarote, la desperté y la llevé a Enfermería. Michelle no dejaba de mirar atrás.

Estaba loca. Y yo no podía hacer nada.

Fui a la Sala de Recreo. Hice ejercicio hasta extenuarme: tenía que sacar de mí la ira que sentía. Ira por Dave, por Michelle, por la nave y por mí. Ira por mi impotencia.

Repararía los motores. En Deneb curarían a Michelle. Si llegábamos a Deneb, la salvaría. Si llegábamos.

Regresaba a Enfermería cuando oí un grito. Mi cerebro saltó.

Corrí. Corrí con todas mis fuerzas. Michelle se había suicidado. Su sangre formaba un riachuelo que, desde sus muñecas, alimentaba el piso metálico. En su mano derecha sostenía un afilado bisturí. Muerta.

Sufrí.

Sufrí y me odié a mí mismo.

Ella murió por mi culpa.

Tomé su cuerpo y lo llevé a la cámara de vacío. Casi no podía llorar cuando vi su sombra abandonando la nave. Caí dormido. Sus danzas me llegaron entre sueños.

Volví a la sala de control. Sentía el irresistible impulso de mirar hacia atrás. Alguien me observaba.

Apreté el paso. Estoy solo en esta nave. ¡Solo!

¿Solo?

Oigo pasos detrás de mí. Corro. Cierro la puerta y la aseguro. Nadie puede entrar ahora.

Están afuera. No sólo la Tierra está llena de fantasmas: también el espacio. Y pueden tomarse una nave –pueden tomarse cualquier cosa. Los antiguos lo sabían; los llamaban “faunos”. Y Pan es su dios. ¡El gran dios Pan!

Están afuera.

Están afuera. Michelle está afuera. Michelle, Sara y Dave me esperan.

Michelle.

Te extraño. Te amo. Ya voy.

Ahora voy.

Ahora debo estar con ellos.

No tengo otra salida.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *