La Nueva Interpretación de los Sueños: neurociencia y constructivismo

Escuela Sistémica ArgentinaAcabo de regresar del Ateneo que he dictado en la Escuela Sistémica Argentina sobre “La Nueva Interpretación de los Sueños: neurociencia y constructivismo”. Una experiencia magnífica, muy animada y acogedora.

Los sueños son uno de los temas más fascinantes de la psicología y la psicoterapia -y, a la vez, de los más manoseados, habitualmente con poca destreza o sensibilidad. Desde que Freud propusiera sus ideas, sugestivas pero casi siempre equívocas, acerca de su contenido y método de interpretación, los sueños han sido capturados por la “psicología profunda” -para consternación de psiquiatras y psicólogos científicos, que han huido de ellos como de la peste. Así, ninguno de los dos “bandos” ha podido aprovechar las intuiciones o evidencias del otro.

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La homeostasis no existe: revolución en la teoría sistémica

Hace menos de un mes se publicó en Nature un hallazgo que, si se confirma, revolucionará la biología -y, a la larga, la psicología y la psicoterapia, sobre todo sistémica.

Los biólogos lo sospechan; los psicólogos y coaches, en cambio, ni se lo imaginan. Pero su forma de entender su trabajo, su modus operandi, tiene los días contados.

La peligrosa idea de este artículo, el germen de la revolución, es engañosamente simple:

La homeostasis no existe.

Es un mito, una falsedad. O más bien, una verdad a medias. Explica sólo un trozo de la realidad; es únicamente un caso límite de una teoría más amplia -como la teoría gravitatoria de Newton es en realidad parte de la relatividad general de Einstein.

Pero ¿por qué es tan revolucionario afirmar que la homeostasis no existe? Para entenderlo debemos dar un breve paseo por la historia de las ideas, empezando por el hallazgo en cuestión (que resumo a partir del abstract). (Los interesados en las implicaciones terapéuticas pueden ahorrarse este paseo e ir directamente al final del artículo).

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La cadena del Karma: Peter Munz, In Memoriam

Peter Munz: In Memoriam

Peter MunzInvestigando para mi tesis descubro que Peter Munz ha muerto el 14 de octubre del 2006. Uno de los últimos discípulos tanto de Wittgenstein como de Popper, con quien le uniría una amistad de toda la vida, y seguramente el último testigo vivo del famoso incidente del atizador de chimenea, Munz se especializó en historia del medioevo europeo; pero hizo contribuciones a la filosofía, la ética y la epistemología que le aseguran un lugar, si bien menor, en la historia del pensamiento.

Menor, pero no para mí; de hecho, gran parte de mi pensamiento ha sido forjado por las ideas de Munz. Lo descubrí hace ya años en la perdida librería madrileña donde me topé con una edición preciosa de “Cuando se quiebra la rama dorada: ¿estructuralismo o tipología?“; me enamoré perdidamente del libro al constatar que citaba, al mismo tiempo, a Alan Watts, Ananda Coomaraswamy, Levi-Strauss, William James, Robert Graves y Karl Popper -una hazaña no menor, dadas las distancias que los separan.

Munz compartía con Popper la creencia en la “Sociedad Abierta” y con Wittgenstein el interés en la religión y la mística -que Popper menospreciaba. Podemos entender su carrera como un prolongado intento de unir dos grandes tradiciones: el realismo crítico popperiano y la preocupación por la trascendencia wittgensteiniana. Un intento que le conduciría a Edelman y el “darwinismo neural”, Dennett y su darwinismo generalizado y la epistemología evolutiva post-popperiana. Su búsqueda se plasma en sus obras epistemológicas y se corona en su último libro, “Beyond Wittgenstein’s Poker“, donde describe cómo son Popper y Wittgenstein complementarios más que contradictorios -cosa que comparto con vehemencia.

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“Soy terapeuta, a secas”: el fin de las escuelas psicoterapéuticas, tercera parte

En las anteriores entregas he sostenido que las escuelas terapéuticas deben desaparecer. O, al menos, que debemos modificar sustancialmente nuestra forma de entender la psicoterapia y el cambio humano. Ya no más “freudianos”, “sistémicos”, “cognitivos”, “humanistas”, “constructivistas”; de ahora en adelante, terapeutas, a secas.

Asimismo, he aducido dos razones potentes y profundas. Una, que (por lo que sabemos) la mayor parte de terapeutas eligen su escuela no porque sea la más eficaz, apoyada en la evidencia o útil sino porque es coherente con sus principios y su forma de ver el mundo. Dos, que a juzgar por las investigaciones los factores que mejor predicen la mejoría no tienen que ver con la “corriente” sino con el terapeuta: su capacidad de establecer alianzas y negociar contratos terapéuticos.

Continúo hoy con la tercera: que, a mi juicio, pronto no habrá nada específico que defender de cada escuela.

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“Soy terapeuta, a secas”: el fin de las escuelas psicoterapéuticas, segunda parte

Sostenía en el anterior artículo que las escuelas psicoterapéuticas deben desaparecer. Expuse una razón: los terapeutas elegimos una corriente no porque sea más eficaz, científica o potente sino porque coincide con nuestra cosmovisión e ideas preconcebidas de la naturaleza humana. Y la mantenemos no porque veamos que funciona sino porque nos permite explorar nuestra identidad cómoda y ampliamente, marcando los límites del territorio que nos atreveremos a indagar.

Esto concuerda con uno de los resultados más sorprendentes y enigmáticos de la investigación en eficacia: la capacidad de los terapeutas no va de la mano con sus años de formación. En otros términos, un terapeuta puede ser muy bueno con sólo dos o tres años y otro muy malo pese a diez años de estudio. Los cursos, talleres, seminarios, etc., que pueblan el mundo “psi” no mejoran per se la competencia de los interventores. Asimismo, éstos tienden a sobrevalorar su capacidad y a recordar selectivamente sólo los procesos terapéuticos exitosos.

De modo que la defensa de las escuelas porque son “mejores”, “más científicas” o “más eficaces” cae en saco roto al constatar que no son ésas las razones por las que las defendemos en realidad.

La esperanza: el principio activo de toda psicoterapia eficaz

Pero hay más. En 1961, Jerome Frank publicó el que ya es un clásico en la historia de la psicoterapia: “Persuasion and Healing: a Comparative Study of Psychotherapy” (se puede descargar gratuitamente de aquí). Allí y en las sucesivas ediciones Frank sostiene que todas las psicoterapias comparten un trasfondo común. Las personas acuden a terapia desanimadas y con una serie de problemas, habitualmente depresión y ansiedad. Esto es, las personas vienen por la desmoralización causada por sus síntomas, no para aliviar los síntomas mismos. Por ende, Frank postula que la psicoterapia es eficaz porque trata directamente esta desmoralización y sólo indirectamente los síntomas que se originan en el supuesto trastorno subyacente. Y la trata porque la relación con el terapeuta está cargada de emociones y significado; el paciente se pone en sus manos y confía en que podrá ayudarlo, y el terapeuta le expone un mito que explica su malestar y una serie de rituales que propenden a eliminarlo. En suma, el principio activo de la terapia, dice Frank, es la esperanza. Y la esperanza, aunque más compatible con ciertas corrientes, no es exclusiva de ninguna de ellas; es un factor común.

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“Soy terapeuta, a secas”: el fin de las escuelas psicoterapéuticas, primera parte

Hace unos días me hicieron una pregunta: “¿de qué corriente es usted?” Sin pensarlo, respondí: “De ninguna”. Y es la mejor respuesta que pude haber dado.

Sí, sé que en este mismo sitio expongo lo que son el coaching y la psicoterapia contructivistas. Y es cierto que el constructivismo (en particular, las ideas de George Kelly y Gregory Bateson) anima e inspira mi práctica como asesor y facilitador de procesos de cambio. Pero -y este es el quid de la cuestión- ya no me describo a mí mismo como “constructivista”; de hecho, no me describo de ningún modo. Soy un psicoterapeuta y coach, a secas. Trabajo en favorecer el cambio en los individuos y organizaciones, a secas.

Asimismo, cuando doy clases contribuyo activamente a desarmar el tinglado de las “corrientes terapéuticas”. Porque tengo la esperanza de que todos los terapeutas lo sean “a secas” dentro de una o dos décadas: sólo así convertiremos la psicoterapia en una empresa tanto científica como útil.

Pero ¿por qué acabar con las “corrientes”? He aquí algunas razones.

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Adicciones, tercera parte

Los anteriores posts sobre adicciones (primero y segundo) han generado muchas preguntas y comentarios. Respondo a los últimos aquí:

No entiendo a qué te refieres cuando dices que no necesariamente el adicto esta en negación, ¿no necesariamente es una enfermedad?

A lo largo de la historia se han propuesto varias metáforas para entender las adicciones (en particular el alcoholismo). Carme Cunillera, en el estupendo Personas con problemas de alcohol: con la abstinencia no es suficiente, menciona tres: el “defecto de carácter”, la “enfermedad” y “la carencia de habilidades de vida”.

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