Nada más que un buscador

La muerte de Sócrates, de  Jacques-Louis David

Sócrates estaba dispuesto a conversar con cualquier persona; pero le gustaba ante todo la compañia de los adolescentes. Ellos, en él, encontraban exactamente lo que los jóvenes necesitan en esta fase de rebeldía: un hombre cuyo evidente valor podían admirar y respetar y cuya sutil inteligencia se ponía siempre al servicio de la juvenil pasión por el debate. Sócrates nunca hubiera acallado sus incipientes inquietudes con el tono condescendiente de la madurez experimentada; al contrario, todo lo que pasaba por sus mentes le interesaba y los animaba vehementemente a pensar por sí mismos acerca de cualquier tema, especialmente lo correcto y lo incorrecto. Siempre había dicho, con evidente sinceridad, que él mismo era tan sólo un buscador; alguien que no sabía nada ni tenía nada que enseñar pero que veía en toda pregunta un enigma por resolver. Y detrás del despliegue de jovial inteligencia percibían la presencia de una personalidad extraordinaria, serena, segura y dueña de una misteriosa sabiduría. Allí había alguien que había dado con el preciado secreto de la vida, que había alcanzado un equilibrio en su carácter que nada podía perturbar. Y siempre tenía tiempo para acompañar a quien quisiera descubrir ese secreto por sí mismo; en particular, esos jóvenes con la oscura pero urgente necesidad de ser adultos, libres y autónomos.

Before and After Socrates, F. M. Cornford