La teoría del “defecto de fábrica”

Botanischer Garten, de Edgar Ende

Muchas escuelas psicológicas parten de la que podríamos llamar “teoría del defecto de fábrica”: que nuestros problemas vitales, las dificultades con que nos encontramos una y otra vez en la tarea de vivir, obedecen a un trastorno intrínseco, una “falla” instalada en nosotros en la infancia (o antes); una “falla” profunda, ineludible, imprecisa e “inconsciente”. Los famosos “traumas”, por ejemplo –desacreditados desde hace tiempo; o las “memorias reprimidas” que cabe “recuperar” -igualmente desacreditadas.

Como una fractura en el corazón de un diamante, este “defecto de fábrica” nos acompaña siempre, invisible hasta que alguna situación lo pone de manifiesto. Una presión súbita en un lugar inesperado, un golpe en medio de la grieta, y el diamante se estremece y fragmenta -dejándonos confusos y aferrados a un centenar de brillantes esquirlas.

Las personas tendemos a explicar nuestros fracasos mediante alguna variante de la teoría del defecto de fábrica: “claro, es que como soy débil, no puedo hacer esto…” Incluso elaboramos “explicaciones” causales del supuesto “defecto”: “Seguramente es porque mis padres se divorciaron cuando yo era niño…”

Esta teoría, en lugar de ayudarnos a cambiar, nos mantiene atrapados en un círculo vicioso: luchamos contra ese defecto con todas nuestras fuerzas -sólo para tropezar nuevamente con él a cada paso.

Lo terrible es que también explicamos nuestro aparente “fracaso” en vencer ese defecto mediante el mismo defecto: “claro, no puedo dejar de ser débil ¡porque soy débil!” Y cuando alcanzamos esta conclusión nos invade el desaliento; lo cual nos incapacita -confirmando la existencia del “defecto de fábrica”: “…y como soy débil, no sirve de nada luchar contra mi debilidad”.

En suma, una situación que se sostiene a sí misma.

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En general, el constructivismo no comparte la teoría del “defecto de fábrica”. Yo tampoco; y me aventuro a proponer otra, más positiva y esperanzadora (basándome, en parte, en la obra de Gustafson y el clásico modelo del MRI).

A lo largo de la vida enfrentamos innumerables dificultades. Supongamos que, ante una de ellas, desplegamos una estrategia dada, una estrategia cualquiera; y que tiene resultados positivos. No perfectos, pero positivos. Tal vez no resuelva la situación; tal vez la situación sea de hecho imposible de resolver; pero, al menos, nos hace sentir mejor, menos tristes o ansiosos; nos otorga un control sobre los eventos -aunque sea ilusorio.

Por ejemplo, aprendemos a apaciguar los sentimientos de soledad ensimismándonos y creando un universo de fantasía a nuestra medida; o descubrimos que manteniéndonos a distancia de los demás reducimos la probabilidad de sufrir dolorosos rechazos. O que podemos conseguir el cariño y la protección que ansiamos presentándonos como débiles e incompetentes… Las variantes son infinitas.

Cuando esta dificultad es particularmente compleja y dolorosa, o cuando nos pilla en un momento de vulnerabilidad (porque nos sentimos solos o desamparados, o porque somos aún muy pequeños), nuestra estrategia deviene un salvavidas, un recurso al que nos aferramos con uñas y dientes defendiendo frenéticamente nuestra integridad. Cuando la estrategia nos ayuda, aunque sea un poco, nos la apropiamos y comenzamos a esgrimirla en otros contextos. Hasta que nos habituamos tanto a ella que la confundimos con nuestro ser.

Naturalmente, nada de esto sucede “conscientemente”; lo que equivale a decir no que es “inconsciente” (¡quién sabe qué significa este manoseado término!), sino sencillamente que nunca hemos reflexionado acerca de esto. Teníamos cinco, seis, siete años y una mente todavía incapaz de las operaciones lógicas más complejas; ¿cómo reflexionar sobre la relación entre el “yo”, el “problema” y la “estrategia”?

Esta estrategia se vuelve, pues, dominante en nuestro repertorio de posibles actos; y nos acompaña y sostiene durante buena parte de la vida. Es, sin duda, una muestra de nuestra competencia y adaptabilidad.

Hasta que fracasa. Es natural que lo haga: de hecho, es ineludible -pues ninguna estrategia puede tomar en cuenta todos los escenarios posibles.

Pero entonces, como la hemos confundido con “nosotros”, no pensamos “¡Vaya! Tendré que buscar otra solución”, sino “¡Oh, Dios! ¡Soy un fracaso!” A nuestros ojos, somos nosotros los que hemos fallado, no solamente nuestra solución preferida.

En ese punto, nuestra estrategia pasa de aliado a enemigo. Hasta ayer nos servía fielmente; hoy la odiamos y deseamos destruirla.

No podemos; y no porque seamos inútiles, sino por simple lógica. No se puede prescindir de una estrategia determinada sin antes crear otra que la sustituya; pues, de lo contrario, nos vemos forzados a elegir entre la estrategia (abominable pero conocida) y la nada absoluta, el vacío total de la falta de sentido. ¡Cualquier cosa es preferible al vacío!

La salida es, pues, desarrollar una o más soluciones alternativas, aumentar nuestro repertorio. Lo cual, por desgracia, casi nunca se nos ocurre, porque al llegar a este punto nos hemos encargado de desanimarnos por entero, de censurarnos e incapacitarnos. Lógico, si creemos que estamos así porque somos “débiles” o “tontos” o “frágiles” o “necios” o…

¡Y entonces acudimos al terapeuta! Que nos ayuda, si sabe y puede, a poner el dedo en el quid de la cuestión: el haber confundido esta estrategia dominante con nuestro “yo”, nuestro ser, nuestra “personalidad”, y exigirnos cambiar dicha “personalidad” sin antes crear otras alternativas.

Así pues, el constructivismo no busca el “defecto de fábrica” en los traumas o las huellas del pasado, sino las alternativas en la forma en que anticipamos el futuro. Con lo cual, contribuye a reducir nuestra sensación de incapacidad -y desencadena, así, un círculo virtuoso que conduce a la mejoría.

23 thoughts on “La teoría del “defecto de fábrica”

  1. JOAQUIN says:

    Esta lindo tu artículo querido Esteban Laso, comprendo (al menos intelectualmente) lo que transmitesmuy bien!

    Y así quiero estar, en el vacío! Como los ninjas, para quienes la vacuidad es la estrategia! Desde ahí surgen las infinitas formas!

    Pienso, sin embargo, que es importante caminar con un Norte, o como dijo este muchacho Leonardo da Vinci: “Quien esta fijo a una estrella no se mueve”…
    Podría decir entonces, caminar en una dirección, sin una estrategia pero caminar…

  2. Martha says:

    Hola, me gusta lo que dices sobre el defect de fabrica, que constituye luego una especie de justificacion de las cosas que no suceden o que no podemos y que no nos permiten crecer/cambiar. Muchos hemos aprendido eso, nos han ensenado que somos asi y no hay nada por hacer… Creo que lo que propones es en cierta medida esperanzador, pero tambien un cierto placebo, porque de alguna forma, solo seria reemplazar una estrategia por otra, mejor y temporal….o no?

  3. Adriana says:

    Pues si, a veces la herramienta que en un momento se utiliza para llevar un estado de crisis o de vulnerabilidad, se empieza a adherir a la personalidad, sin que el individuo se de cuenta. Hasta que se convierte en una protesis, a veces convirtiendose en el comunmente llamado “síntoma”.
    Como cambiar eso? que es una posibilidad constante, ya que no nacemos sabiendo como vivir y tampoco hay una verdadera guía.
    Creo que una opción es enriqueciendo los recursos de los individuos a través de más estímulos, dinámicas, mejores maestros, padres, información, pero bueno suena un poco utópico. “Mientras menos rigidez y recursos más formas de manejar la crisis”.
    De todas formas como tu dices este desenvolvimiento más allá de ser inconsciente en términos freudianos, es una reacción por no darse cuenta de lo que le pasa a uno mismo, no saber como manejar las emociones o las situaciones. La solución quizas sea empezar a dar valor a lo que tiene valor es decir, tomar más en cuenta la necesidad constante que tenemos de recibir y dar, hablar de lo que nos enriquece como individuos, abrirnos y dejar un poco el patrón de comportamiento mecanicista al cuál nos adherimos porque buscamos calzar dentro de la hipnosis social.
    Claro que no es un defecto de fábrica, es más bien la incapacidad de manejar las propias emociones, las interacciones con el medio y lograr co-existir con uno mismo. Además resulta más cómodo quejarse y no hacer nada a esforzarse intensamente por superar las limitaciones propias.
    Quizás también haga falta aprender a ser más impetuosos y tener más ganas de vivir.

  4. Hola!
    Sí, la pregunta de cómo evitarlo… Puede que la flexibilidad ayude; pero el exceso de opciones también es obnubilante. No tiene que ver sólo con las opciones sino con los criterios que se emplean para elegir entre ellas; y eso ya es mucho más complicado…
    Porque requiere de la metacognición!

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