¡No te dejes engañar!: cómo ser un buen consumidor de psicoterapia

Acudir a un psicoterapeuta es una de las decisiones más complicadas y difíciles que existen. En primer lugar, las personas que acuden se sienten, casi siempre, al borde de sus fuerzas. Han probado todo lo que se les ha ocurrido sin resultado alguno. Llevan semanas, meses o incluso años cargando con sus problemas sin haber podido solucionarlos por cuenta propia. A muchas les parece que están enloqueciendo o perdiendo el control; pueden haber considerado más de una vez la opción del suicidio.

En segundo, para los no iniciados, el mar de la psicoterapia (y de los tratamientos psicológicos en general) es proceloso y traicionero. A diferencia de prácticamente cualquier otra disciplina, los profesionales se presentan con títulos incomprensibles y rimbombantes, destinados más a sus colegas que al común de los mortales: “psicodramatista”, “sistémico”, “constructivista”, “psicoanalista”, “transpersonal”, “cognitivo-conductual”, “hipnoterapeuta”…

¿Quieres demandar a una empresa que te había contratado? Vas a un abogado laboral. ¿Toses y te arde la garganta? Vas al otorrino. ¿Quieres construir una casa? Acudes al arquitecto. ¿Te da miedo hablar en público? Acudes al “psicólogo”. Pero ¿en cuál de sus variedades?

En tercero, la psicología está repleta de pseudociencias, curas milagrosas y sentido común dignificado.

El otro día escuchaba a un famoso psicólogo, invitado de un programa radial. Una señora llama a contar su problema: “mi hijita, que tiene 5 años, no quiere ir a la guardería; dice que la profesora no le quiere. ¿Qué hago?” La respuesta: “Querida señora, lo que hay que hacer es hablar con su hijita para, con suavidad, convencerle de que tiene que ir a la guardería, de que es por su bien y de que la señorita es buena persona. Pase por mi consulta que le haré un precio especial”. Es indignante que un “profesional” se avenga a dar consejos tan simplistas y paternalistas -y cobrar por algo que cualquiera podría hacer gratis.

Asimismo, muchos profesionales creen que las técnicas, por sí mismas, pueden curar a las personas, y las anuncian con bombo y platillo como panaceas infalibles: “esta técnica de avanzada resuelve los trastornos traumáticos, las fobias, la ansiedad, el estrés, aumenta el rendimiento profesional y ayuda a alcanzar la excelencia”. Estos profesionales ignoran los avances de la ciencia en materia de terapia y cambio humano; no saben que los dos factores comunes imprescindibles para una terapia exitosa son la calidad de la relación terapéutica y la viabilidad del contrato terapéutico, no la técnica que se emplee, por muy “de avanzada” que sea. No se actualizan ni se mantienen al tanto de las investigaciones; desdeñan las demostraciones empíricas de que sus milagrosas “técnicas” son inútiles o incluso dañinas. Se creen a pies juntillas la publicidad de las empresas o agrupaciones que lucran patrocinando dichas técnicas.

Y por último, porque, mal que nos pese, muchos psicólogos crean más problemas de los que resuelven. Precisamente porque no se actualizan y porque los programas educativos siguen repitiendo fórmulas que caducaron hace cuarenta o cincuenta años, los psicólogos realizan intervenciones que dañan a sus consultantes y los convierten en “casos difíciles” (tema que investigué en mi tesis de licenciatura). Responden a sus vitales inquietudes con un críptico “para nacer de nuevo hay que morir” o “todos los seres humanos tenemos una parte femenina y una masculina”; diagnostican “traumas infantiles” o “abusos sexuales incestuosos” sin evidencia alguna, desencadenando una catastrófica reacción en sus pacientes y sus familias; les enseñan a “relajarse” o a “comunicarse mejor” y los riñen cuando no mejoran.

La solución: ser un buen consumidor

Cuando uno va a comprar algo -por ejemplo, un auto de segunda mano- se comporta con cautela y circunspección. Hace todas las preguntas posibles, busca referencias, compara diversas opciones, prueba la mercancía. Así se asegura de minimizar el riesgo y conseguir lo que realmente está buscando.

Lo mismo se debe hacer a la hora de acudir al psicoterapeuta. Y con más razón, dado que es mucho más lo que está en juego. ¡Hay que aprender a ser un buen consumidor de psicoterapia! Es la única forma de salir bien librado.

A continuación, algunos consejos:

  1. Pide referencias preliminares exhaustivas: la mayor parte de personas acuden al psicólogo o profesional recomendados por un amigo o familiar. Además de la recomendación, pide que te describan brevemente cómo fue el proceso terapéutico. Así sabrás a qué atenerte.
  2. Pide referencias académicas: pregunta al profesional por sus títulos y credenciales; en general, cuanto más altas, mejor. (De hecho, en la mayor parte de países se requiere de un posgrado para ejercer la psicoterapia: no basta con el título de licenciatura). Asimismo, la formación universitaria es más fiable que la de los institutos, centros y “carteles”. Por último, el título inicial también cuenta.
  3. Exige claridad: el psicólogo está obligado a aclarar tus dudas a tu satisfacción: “¿qué es la terapia sistémica? ¿En qué se diferencia del psicoanálisis?” Si notas que evade preguntas relativas a su método o cómo va a ayudarte, desconfía. (Esto no se aplica a las preguntas sobre su vida personal; véase el consejo No. 8).
  4. “¿Cómo me va a ayudar y de qué manera funciona?”: exige que te explique el método que va a seguir para resolver tus dificultades y el modo en que funciona. “¿Cómo es que esta tarea va a ayudarme a enfrentar mi fobia? ¿Por qué es eficaz la teoría que usted usa? ¿Cómo funciona?” Y si se niegan a hacerlo, o te responden con vaguedades o jerga profesional incomprensible (véase el anterior consejo), desconfía. (En la actualidad, la mayoría de teorías requieren que se explique al paciente los métodos que se van a emplear para ayudarlo. La investigación demuestra que eso favorece la mejoría y potencia la relación entre paciente y terapeuta).
  5. Si parece demasiado bueno para ser verdad, es falso: cuidado con el “no se preocupe, déjemelo a mí” y con el “con esta técnica revolucionaria su problema se va a curar en dos horas”. ¡En la psicología no existen las panaceas! Y la investigación demuestra que los cambios repentinos y brutales no previenen las recaídas ni ofrecen buen pronóstico a largo plazo. (Esto no significa que no se puedan obtener mejorías significativas en períodos relativamente breves; sólo que no se debe depositar el peso de la cura en una técnica, por “poderosa” que sea. Somos las personas quienes cambiamos, no las técnicas).
  6. Si te riñen, desiste: Uno de los peores indicadores es que el psicólogo censure y regañe a sus pacientes. Si te gritan, increpan o cuestionan por no cambiar (aunque estás haciendo todo lo posible), cambia de psicólogo (véase el siguiente consejo).
  7. Tienes derecho a reclamar: el psicólogo es humano; y sin lugar a dudas, a veces se equivoca. Cuando creas que ha errado, o te sientas inconforme con el avance de la terapia, díselo sin más, de manera tranquila pero firme: “¿sabe? Siento que no estamos llegando a nada”, o “me parece que esto no me ayuda”. Este es, a mi juicio, un criterio fundamental. El profesional competente acogerá tu cuestionamiento y se avendrá a discutirlo en pos de una alternativa. Si se trata de un error suyo no tendrá reparos en admitirlo. Los demás intentarán responsabilizarte a como dé lugar: “aún no estás listo para cambiar”, “te estás resistiendo”, “no quieres ver la realidad”. Desde luego, puede que sea cierto; si no, busca la ayuda de alguien más.
  8. Hacer terapia no consiste en dar discursos: el terapeuta no está ahí para enseñarte a vivir “bien” o cambiar tus principios éticos sino para asistirte en el particular camino de tu cambio. Si se obstina en convencerte de algo, en decirte lo que debes hacer o en contarte sobre él y su vida, sé suspicaz.
  9. “¿Qué (me) pasa?”: pregunta al profesional por cómo entiende lo que te sucede. No se trata de que te dé un diagnóstico (a menudo, una palabra arcana y amenazante) sino una explicación de lo que te aqueja en términos que puedas digerir. Además de hacerte sentir mejor, esto te permitirá valorar su comprensión de tus dificultades -y, por ende, su capacidad de plantarles cara.
  10. (Actualización) El psicólogo es un recurso, no el salvador: Los comentarios me han movido a añadir un consejo imprescindible. El psicólogo no es el salvador ni la última coca-cola en el desierto: es, sencillamente, un recurso más. Buenos libros de autoayuda (los hay, pero ¡evítese cualquier tontería new-age!), amigos cercanos, familiares, películas, la propia capacidad de observación y reflexión… en fin: los recursos abundan si uno los busca. Es cierto que a muchos psicólogos les molesta ser vistos como “un recurso más”; prefieren ocupar un espacio privilegiado en las vidas de sus pacientes (pidiéndoles, por ejemplo, que no le cuenten a nadie lo que discuten en terapia). ¡Peor para ellos! Las personas tienen derecho a probar todas las alternativas posibles, y una de ellas es el psicólogo. Y éste debe permitir esta exploración; es más, ha de favorecerla activamente.

10 thoughts on “¡No te dejes engañar!: cómo ser un buen consumidor de psicoterapia

  1. Rodrigo Carrillo says:

    Excelente!! me ha gustado mucho la amnera en como haces revalorizar al paciente. justamente el paciente es un ser activo del proceso pero muchas veces se lo ha presentado y se nos presenta como un receptor. Es imperante que los pacientes sepan elegir y ver bien donde quien van.
    Lo importante es la relacion terapeutica y en eso doy todo credito, pues mi experiencia me dicta excatamente eso. no olvidemos la siguiente maxima de Yalom:” la apertura del terapeuta fomenta la apertura del paciente”, y por ende potencia el proceso y la eficacia de la terapia.

    Profesor te mando un gran abrazo desde la Germania Citerior. Salud!

  2. comparto con usted en relación a las técnicas, cuando trabajaba con niños y niñas trabajadoras y de la calle, siempre me preguntaban sobre las técnicas, yo les respondía que “no hay técnicas educativas sino actitud educativa”, la ténica no es quien guia el camino sino las personas al comparir su problema, es responsabilidad del profecional de la salud en saber elaborar bien su proceso terapeutico.. no hay tecnicas terapeuticas sino actitud terapeutica. un gran abrazo, marco ruano

  3. Martha says:

    Me ha gustado mucho lo que dices, comparto con Rodrigo que se valoriza al paciente de esta forma.
    En el punto 5 mencionas que no existe panaceas en sicología pero, parece que como consumidores estamos dispuestos a creer eso en todos los ámbitos, por ejemplo en eso de los métodos para bajar de peso, en cómo ser más creativos, en cómo conocer a tu media naranja con 10 consejos, etc y creo que en relación precisamente a la felicidad y la solución de problemas, somos más proclives a creer que las cosas que nos ofrecen nos salvarán del sufrimiento.

    Algo que me ha preocupado al leer tu texto es el pensar en el servicio que prestan los psicólogos en los colegios y escuelas. En ese caso, los estudiantes y padres no pueden escoger a dónde ir, el psicólogo ya está incorporado en la oferta del colegio. Por experiencia, sé que generalmente no se atreven a cuestionar o siquiera a preguntar el tipo de orientación, métodos, técnicas o capacitación que posee el profesional. Se atienen a lo que dice el psicólogo/a sobre sus hijos y están condicionados en la mayoría de casos, a seguir lo que ellos advierten so pena de que el colegio les juzgue, les condicione la permanencia o imponga a sus hijos/as la etiqueta del “caso difícil”.

    cómo entonces tratar de evitar esto?

  4. Rodrigo Carrillo says:

    Interesante tu pregunta, sin embargo que un psicologo educativo difiere bastante de un clinico. Para empezar no tiene formacion psicoterapeutica, y si bien los problemas de aprendizaje se pueden alivianar con ciertos “metodos”, lo idoneo seria informar a esos profesionales donde esta el limite de su ejercicio. Y siempre a la final quien decide donde quien ir sera el paciente, es decir, si una familia siente que no esta su hijo o hija bien “atendido” en la escuela podra acudir a un profesional capacitado para entender los “trastornos del aprendizaje” de otro modo. No quiero desacreditar en absoluto la gran labor de los psicologos educativos, sin embargo zapatero a tu zapato, y que lo mismo valga para los clinicos que juegan a ser educativos. Creo que justamente el enriquecimiento ha de darse en un modo de trabajo conjunto, en donde cada profesional aporte lo mejor de si para cada caso y eso implica tambien muchas veces decisiones eticas.

    Un saludo a todos!

  5. Martha Pereira says:

    De acuerdo contigo, zapatero a tus zapatos y es evidente que son áreas distintas de la psicología, pero mi duda proviene de haber visto de primera mano, muchas cosas que los psicólogos hacen dentro del ámbito escolar. Sobre todo, al tratar de “normatizar” el comportamiento y actitudes del niño/a dentro de un entorno escolar determinado para que puedan ser “funcionales” dentro de los parámetros que se espera de ellos. Lo penoso es que muchos de los psicólogos/as en los colegios de nuestro medio son psicólogos clínicos. Pero tu has puesto el dedo en la llaga: es ahí donde educativos y clínicos deben saber hasta donde limitar su ejercicio y tomar decisiones éticas.

  6. Creo que Rodrigo ha aportado con varias sugerencias de gran valor para el problema que se plantea. De todos modos, vale la pena hacer un comentario más extenso a estos puntos.

    En primer lugar, el psicólogo que trabaja para una organización se encuentra en una peculiar posición que condiciona su actividad. Esto ya fue analizado por varios teóricos sistémicos y, de otro lado, por Thomas Szasz. En la práctica privada, el psicólogo es contratado por una persona o personas que solicitan su ayuda, y son estas mismas personas quienes le pagan. Por ende, responde ante ellas y a nadie más.

    Cuando trabaja dentro de una institución, el psicólogo debe responder tanto a esta como a las personas que atiende. En realidad, su “cliente” es la organización que le paga el sueldo. Por consiguiente, suele encontrarse en medio de presiones y peticiones contrapuestas o al menos prima facie incompatibles.

    Lastimosamente, la mayoría de psicólogos desconocen este contexto y las consecuencias que puede tener en su trabajo. Por ende, se vivencian a sí mismos como “normalizadores” y se dedican a apagar un incendio tras otro, apaciguar a las autoridades y mantener su puesto, descuidando a los usuarios (en este caso, los niños y sus padres).

    En términos generales, y sin importar si es clínico o educativo, el psicólogo debería ser capaz de gestionar las relaciones al interior de su espacio de trabajo. Esta es una destreza imprescindible, invalorable y que no se enseña en la carrera. Porque la mayor parte de problemas pueden entenderse provechosamente como malentendidos entre los involucrados. Así pues, el psicólogo puede dedicarse a esclarecer los malentendidos. De este modo, puede resolver los problemas de la institución sin pasar por encima de los usuarios.

    Por ende, no tiene que ver sólo con la ética sino con el conocimiento. Para muestra, un botón: lo primero que debería hacer el psicólogo frente a una demanda de “hazle terapia a este niño” es entrevistarse con su profesor con el fin de explorar la manera en que contempla la dificultad y qué hechos concretos tomaría como signos de mejoría. Y antes de intervenir sobre el niño o la familia podría hacerlo con el profesor.

    En cuanto a los padres, los mismos consejos expuestos les pueden ser de utilidad. Y añado uno: hay que ver al psicólogo como un recurso, no como un salvador ni como un problema. Después de todo, el psicólogo obra en función de lo que los padres le cuentan. Es un recurso más entre varios, y desde luego no cuenta con la última palabra. De este modo, los padres pueden poner en perspectiva sus relaciones con el psicólogo y la institución; y eso, en sí mismo, contribuye a mejorar las cosas.

  7. Rodrigo Carrillo says:

    Me parece acertadisimo tu extension a las ideas que expuse. Sabes que me encuentro actualmente en una institucion psicosomatica y lo dicho por ti y Szasz para mi es pan de cada dia.

    un abrazo y salud!!

  8. Alberto says:

    Yo pasé 30 años de mi vida en varios psicólogos y les digo una cosa, no ayudan en nada, lo que hacen es cobrar costosas sesiones pero en realidad son para enriquecerlos a ellos, muy en el fondo al psicólogo no le importa tu caso, te escucha pero no se conecta contigo, no se solidariza contigo, no tiene empatía, prueba un día diciendole que no tienes dinero para esa consulta y verás como se negará a atenderte, ¿no es que te interesa el bienestar de tu paciente?, hagan eso para que vean, si el terapeuta los recibe aún sabiendo que no le vas a pagar porque no tienes el dinero quédate con la persona porque si le interesas, si rehusa atenderte mejor cambia de psicólogo porque el único interés del terapeuta es meterte las manos en tus bolsillos, no tu bienestar, ni que te cures ni que te sientas mejor. Negocio$

    La falacia de la psicología.

    • Hola. Más allá de sus experiencias, negativas sin duda, este es uno de los malentendidos más frecuentes sobre la psicoterapia: “si de verdad le intereso no debería cobrarme”.
      La psicoterapia es una profesión: los terapeutas ofrecemos un servicio y cobramos por ello, ya que de eso vivimos. A nadie se le ocurriría decirle a un médico: “Oiga, no tengo dinero, ¿me regala la consulta de hoy?” Pues es lo mismo. Y el que el médico cobre por sus servicios no implica que no le interese tu bienestar o que sólo quiera enriquecerse. Algunos actúan así, claro; pero no todos, y al hacerlo van contra su propio código de ética.
      Es más: el psicoterapeuta no debe satisfacer directamente las necesidades emocionales del paciente, porque eso sí sería antiético; el paciente estaría pagando para ser aceptado, querido, acompañado… El terapeuta debe ayudar al paciente a volverse capaz de obtener todo eso por su propia cuenta, con la gente a la que él quiere y que le quiere.
      Finalmente, la atención depende en buena medida también del dispositivo y de las condiciones del sistema de salud que la sustenta. En varios países los psicólogos tienen que atender a diez o doce personas al día, es decir, dedicarles máximo media hora a cada una. Es materialmente imposible que en esas condiciones realice adecuadamente su trabajo: la mayoría se limita a sobrevivir a la sobrecarga y termina desarrollando estrés laboral. Pero esto no es culpa de quien atiende sino de un sistema de salud pública crónicamente sobreexigido y con presupuesto insuficiente.

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