Curar del engaño

Una explicación fantástica de “una prisión mejor amoblada“:

Joseph Campbell

El psicoanálisis es una técnica para curar a los individuos que sufren en forma excesiva a causa de sus deseos y hostilidades inconscientemente mal dirigidos, que tejen a su alrededor sus privadas telarañas de terrores irreales y atracciones ambivalentes; el paciente liberado de ellos se encuentra capacitado para participar con cierta satisfacción en los temores más reales, las hostilidades, las prácticas eróticas y religiosas, empresas comerciales, guerras, pasatiempos y tareas domésticas que le ofrece su cultura particular. Pero para aquel que ha escogido deliberadamente la difícil y peligrosa jornada que sobrepasa el acervo de su pueblo, ha de considerarse también que estos intereses están basados en un error. Por lo tanto, la meta de la enseñanza religiosa no es curar al individuo para adaptarlo al engaño general, sino apartarlo del engaño; y esto no se logra reajustando el deseo (eros) y la hostilidad (thanatos), porque eso sólo origina un nuevo contexto de engaño, sino extinguiendo esos impulsos desde la raíz, de acuerdo con el método del celebrado Camino Óctuple de los budistas.

Joseph Campbell, El héroe de las mil caras

Cuyo centro está en todas partes…

Dios es un círculo cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna.

He leído esta fantástica frase en varios lugares, atribuida a veces a San Buenaventura, a veces a Pascal, a veces a un genio anónimo. Borges traza su evolución en “La Esfera de Pascal” con la erudición y velado cinismo que le son tan propios. Durante años estuvo en el fondo de mi mente: se insinuaba cada cierto tiempo y volvía a derrotar mis esfuerzos por entender su sentido último.

Una noche tuve un sueño que resolvió plásticamente el enigma de años:

Yo era un mero punto de vista navegando al azar por un espacio infinito y simétrico, sin división o solución de continuidad, que se extendía en todas direcciones. Hacia abajo, a lo lejos, una miríada de puntos de colores, regularmente espaciados en una cuadrícula que bañaba un plano también infinito. Sin proponérmelo, empezaba a descender hacia ellos; y a medida que me acercaba descubría que se trataba de cabezas de alfileres clavados sobre la nada sin fondo de este Universo. (Alfileres como los que había usado, cuando niño en la escuela, para señalar en un mapa de tres dimensiones diversas montañas y ríos de mi país. Recordaba con intensidad la sensación de ver el mapa desde arriba mientras los iba colocando).

De repente, una voz -en parte mía y en parte no- susurraba sin palabras: “cada uno de esos es un ser” -yo aceleraba, desapasionadamente, hacia un alfiler en particular- “-y ese eres tú”. “¡Ajá!” -me decía, yo mismo esta vez: “¡así que por eso es Dios el círculo cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna!”

[Si intentara expresar esta comprensión debería decir: “Incluso la persona más despreciable y abyecta, la que más odio o rechazo te produce -sí, incluso esa persona es, para ella misma, el centro del Universo -que tiene tantos centros como seres hay en él y ningún fin determinado. Y eres uno de esos centros: ni más, ni menos. Eres, sin duda, el Centro del Universo -como lo es todo lo demás, sin excepción”.]

A la mañana siguiente, ni bien despertar, identifiqué la fuente de mi sueño: la Red de Diamantes de Indra del Budismo Mahayana (que había conocido en mi adolescencia gracias a “Gödel, Escher, Bach“).

A partir de ese día, de formas que aún no alcanzo a entender, mi vida dio un vuelco. Sentí, por unos segundos, lo que sintió Yeats una tarde cualquiera en un café londinense:

My fiftieth year had come and gone,
I sat, a solitary man,
In a crowded London shop,
An open book and empty cup
On the marble table-top.
While on the shop and street I gazed
My body of a sudden blazed;
And twenty minutes more or less
It seemed, so great my happiness,
That I was blessed and could bless.

Una prisión mejor amoblada

Buddha, the Conqueror, de Nicholas Roerich

Según Daniel Burston, “pensador anti-sistemático es el que vive en la convicción de que ningún sistema de ideas puede por sí solo englobar o expresar la profundidad y complejidad de la psique o el cosmos; y que los esfuerzos por intentarlo inevitablemente imposibilitan el encuentro auténtico (con el cosmos y/o el yo)”… Por tanto, los pensadores anti-sistemáticos no son meramente a-sistemáticos; no es que carezcan de un sistema. Más bien, rechazan los “sistemas” por principio. ¿Por qué? Porque cualquier tradición de sabiduría o de psicoterapia que requiera de la aceptación incondicional de un aparato conceptual claro y definido para alcanzar la “curación”, la “salvación”, la “iluminación”, la “totalidad”, etc., sólo sirve para ofrecer a las personas una prisión mejor amoblada, nunca la auténtica libertad.

Ian C. Edwards, Truth as Relationship: the Psychology of E. Graham Howe

Filosofías de Oriente

Amawtay Wasi

Ayer y hoy he dictado en la Universidad Intercultural Amawtay Wasi un taller sobre Filosofías de Oriente (China e India). Hemos revisado brevemente los orígenes griego y judío de la cosmovisión occidental a través de sus “metáforas cosmológicas”, contrastándolas con las metáforas fundacionales de China (el universo como organismo) e India (el universo como baile de máscaras); y cubierto los fundamentos del Vedanta, el Taoísmo y el Confucianismo. Ha sido una experiencia maravillosa y muy intensa, para todos.

Esta es la presentación que he usado (puede descargarse aquí):

Shiva como Nataraja

He pedido, al final del taller, que cada participante escribiese una verdad con la que se había quedado. A continuación algunas verdades, magníficas:

Con la venganza no se consigue cambiar ni al otro ni a mí mismo.

Nosotros somos una máscara del Universo.

El mundo somos nosotros.

Existo por lo que tengo que hacer en este mundo: soy indispensable en este universo.

Mirar hacia adentro.

La verdad es que no hay la verdad.

Conocer a sí mismo para conocer a los demás.

Nunca combatas a tu enemigo; únetele y así podrás vencerlo.

Los shuar no progresamos porque vivimos por centurias en venganzas: por eso no hemos aumentado poblacional ni económicamente.

Conocer es amar y amar es conocer

Hace algunos años ya, mi amigo Álvaro Ponce leyó su trabajo de investigación para el Doctorado de Psicología Social de la Universitat Autònoma de Barcelona. A lo largo de incontables lecturas compartidas y digeridas en charlas que se prolongaban hasta la madrugada habíamos intentado descifrar las implicaciones de la teoría constructivista para la filosofía, la economía y la psicología en su conjunto. De ello nació, entre otras cosas, nuestro ensayo sobre el constructivismo y el construccionismo y mi trabajo de investigación sobre estética y conocimiento encarnado.

Al terminar, alguno de los miembros del tribunal (no recuerdo quién) le hizo una pregunta (que tampoco recuerdo). Con una claridad casi sobrenatural, Álvaro respondió diciendo: “Lo que es el conocimiento en el terreno del pensar es el amor en el terreno del sentir”. En otras palabras, amar y conocer son dos caras de la misma moneda.

Desde entonces, esa frase ha sido para mí una especie de enigma, un koan indescifrable pero inescapable, una caja china llena de sorpresas. Me parecía tan poderosa y profunda como el famoso dístico de Keats:

“Beauty is truth, truth beauty,” – that is all
Ye know on earth, and all ye need to know.

Que sintetizaba las ideas de mi propio trabajo de investigación

Años después, al pensar en la relación entre voluntad y conocimiento, concluiría que

“La diferencia entre conocimiento y poder es que en el conocimiento un organismo se modifica a sí mismo, mientras que en el poder se modifica lo ajeno a él”.

Gracias a Álvaro di también con Kitarô Nishida, el filósofo japonés más importante del S. XX. Y por una casualidad formidable, su primera gran obra, Indagación del Bien (que entonces ni Álvaro ni yo habíamos leído) concluye con un apéndice titulado Conocimiento y Amor, del que he tomado algunos fragmentos.

Por lo general, se piensa que el conocimiento y el amor son actividades mentales enteramente diferentes. Pero para mí son esencialmente la misma actividad. Esta actividad es la unión de sujeto y objeto, es la actividad en la cual el yo se une con las cosas.

¿Por qué es el conocimiento la unión de sujeto y objeto? Podemos conocer la verdadera naturaleza de algo sólo cuando eliminamos por completo nuestras engañosas ilusiones y conjeturas y nos unimos así con la verdadera naturaleza de ese algo…

Y ¿por qué es el amor la unión de sujeto y objeto? Amar algo es desechar el yo de uno y unirse con el de otro. Los verdaderos sentimientos de amor sólo nacen cuando el yo de uno y el de otro se juntan sin dejar brecha entre ellos. Amar una flor es unirse con la flor y amar la luna es unirse con la luna…

De esta manera, conocimiento y amor constituyen la misma actividad mental; para conocer una cosa debemos amarla y para amar una cosa debemos conocerla… Pero si separamos las dos actividades y pensamos que el amor es el resultado del conocimiento o que el conocimiento es el resultado del amor, no llegamos todavía a comprender la verdadera índole de amor y del conocimiento. Conocer es amar y amar es conocer.

Sé que las raíces de estas ideas se encuentran en Platón y los neoplatónicos, en la Cábala y la filosofía oculta del Renacimiento, en la alquimia, en Spinoza, Leibniz, el romanticismo alemán, William Blake…; en Li Po, Chuang-Tsé, Lao-Tsé, el Buda, Confucio…

Son sus consecuencias, vastas e inimaginables, lo que aún me elude.