Terapia Experiencial Profunda

El trabajo en clave emocional con parejas e individuos

Book Cover: Terapia Experiencial Profunda
Editions:Paperback - 1
ISBN: 978-84-19287-17-5
Pages: 202

En esta publicación se juntan dos personas que tejen una “filosofía terapéutica” provocativa y seductora. Alfredo Canevaro, gran maestro y referente de la Terapia Familiar Sistémica, y por otra parte Esteban Laso, un joven talentoso. Ambos tienen publicaciones que definen el estilo y la propuesta de cada uno; el primero sobre terapia sistémica individual y el segundo la terapia en clave emocional. Aquí convergen en lo que denominan “Terapia Experiencial Profunda”.
Esta publicación retoma de manera brillante y crítica la sabiduría sistémica, sobre todo los de los clásicos, en especial Whitaker, Bowen, Satir y Boszormenyi-Nagy; además integra magistralmente a George Kelly, aunque hay que reconocer la fuerte influencia de Laing, Greenberg, Mahoney y Erikson. Con esta sabiduría, Laso y Canevaro han construido una psicoterapia sistémica que gira en torno a una ecología de las emociones vinculantes a las necesidades básicas. El texto se compone de tres capítulos: primero la teoría, segundo los principios y destrezas del terapeuta, y tercero la práctica clínica con individuos y parejas.
Como indican los autores: “Es nuestra esperanza que esta propuesta permita no sólo incorporar como miembros de pleno derecho las emociones y las necesidades al repertorio del terapeuta sino además contrapesar el individualismo, el presentismo y la obsesión por la productividad que agostan nuestras vidas sociales y cortan nuestras raíces históricas y familiares”.

Published:
Imprint: Editorial Morata
Excerpt:

Prefacio: el retorno de lo profundo en terapia familiar, por Esteban Laso

Aunque Franco, de 22 años, ha terminado la educación básica con excelentes calificaciones, no se siente capaz de entrar en la universidad; ha buscado un trabajo de operario, contrariando a sus padres, divorciados hace nueve años y en perenne conflicto en torno a cómo educarlo y encaminarlo. Sigue viviendo con su madre; siente intensa ansiedad y constante duda y rumiación; en un momento se decide a entrar al ejército, al siguiente a organizar fiestas con sus amigos, etc. No consigue entablar relación con chicas y ha empezado a consumir marihuana en un intento de calmar su ansiedad. Su neurólogo, que lo trata por un trastorno obsesivo-compulsivo grave y recalcitrante, lo envía a terapia en la esperanza de que esto lo ayude.

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Tras unas cuantas sesiones individuales, el terapeuta convoca a sus padres, en encuentros separados en los que, además de reconstruir la historia vital de Franco e intentar responder a la pregunta de cómo ha llegado a donde está (objetivos muy comunes en la terapia familiar tal como es practicada habitualmente), pone en marcha una técnica especialmente diseñada para propiciar la diferenciación de los hijos en la que, más que reflexionar acerca de la situación (por ejemplo, mediante preguntas circulares, Tomm, 1985; o externalización narrativa, White y Epston, 1990) comparten una experiencia emocional intensa sin hablar sobre ella para que sus efectos se vayan sedimentando con el paso del tiempo, indicación poco habitual en la tradición sistémica.

Luego de estos encuentros Franco mejora inusitadamente: empieza a hacer dieta y ejercicio y a salir con muchachas (aunque a veces fume marihuana con sus amigos). Al poco tiempo la madre consigue trabajo como ama de llaves y regresa a dormir solamente los sábados; lejos de desanimarse, Franco se dedica a limpiar la casa, cocinar su comida y salir con una chica muy enamorada de él. Sus pensamientos obsesivos casi han desaparecido, así como su duda perenne: se decide a estudiar nutrición y abandona su trabajo para prepararse para la universidad. Esta recuperación se trunca cuando la madre decide volver a dormir a casa todos los días “porque está preocupada por Franco”, lo que “coincide” con un repunte de los síntomas de este. La madre, muy alterada, llama al terapeuta acusando al exmarido de sabotear la terapia, por lo que aquel decide cortar el nudo gordiano y convocar a los tres a una sesión conjunta en la que insiste en la necesidad de trabajar de común acuerdo por el bien de Franco. Los padres no cesan de acusarse mutuamente: ella de que él sabotea la terapia y él de que ella exagera y se victimiza porque teme la emancipación de Franco. La sesión, pues, se atasca en un cul de sac.

En vez de enzarzarse en el debate, el terapeuta pide a Franco que se siente a su lado, frente a los padres, y a éstos que coloquen sus sillas frente a frente y se tomen de las manos: “ustedes pueden separarse como pareja, pero como padres siempre estarán unidos, porque de eso depende el bienestar de Franco”, les recuerda. Sorprendidos, los padres acceden a regañadientes; acto seguido, el terapeuta les propone una tarea especialmente diseñada para facilitar las separaciones imposibles y conflictivas (lo que tiene por resultado disolver los triángulos relacionales que éstas siempre acarrean): el agradecimiento recíproco. Así, les pide a los padres que se agradezcan mutuamente los bienes recibidos y otorgados a lo largo de su vida de pareja. Pillados de improviso, los padres ofrecen resistencia, que el terapeuta vence insistiendo firme y gentilmente; el resultado es una experiencia de gran intensidad emocional que Franco observa conmovido y que, paradójicamente, comienza a liberar a los padres del rencor que han atesorado por años. A partir de este momento dejan de acusarse mutuamente para colaborar por el bien de su hijo, el cual se libra de sus síntomas y continúa con sus planes universitarios. En una conversación telefónica posterior con la madre, el terapeuta comenta que Franco necesita estrechar el vínculo con el padre (que se vio afectado a resultas del divorcio); aquella, en vez de negarse en redondo como había hecho hasta entonces, acepta reflexiva.

Esta transición se consuma cuando Franco y el padre deciden compartir un departamento en el centro. En el seguimiento realizado meses después Franco, muy contento de su renovada cercanía con su padre, está a punto de rendir exámenes de ingreso en la universidad, tiene una relación estable con una chica y está muy aliviado de sus síntomas; los padres se tratan con cordialidad y colaboran para apoyar a su hijo; y la situación, hasta hace unos meses desesperada, avanza viento en popa.

Esta descripción de un caso real puede resultar sorprendente para los terapeutas experimentados con el trastorno obsesivo-compulsivo, tradicionalmente recalcitrante y complicado; después de todo, en relativamente pocas sesiones, no sólo han mejorado los síntomas sino que el consultante ha retomado su proceso de emancipación y se encuentra en franco crecimiento –por no mencionar a sus padres, libres al fin de un conflicto que han arrastrado por años. Conscientes del entramado relacional de toda patología, los terapeutas familiares sistémicos no se dejarán sorprender por la rapidez de la mejoría; pero sí, posiblemente, por la forma en que se ha intervenido: moviendo a los padres del paciente a compartir con éste y entre ellos una secuencia de intensas y profundas experiencias emocionales calculadas para destrabar el impasse.

En las últimas décadas la terapia familiar se ha alejado de los encuentros intensos y potentes que caracterizaban a sus pioneros (Satir, Minuchin, Whitaker…), las intervenciones dramáticas y desconcertantes de Mara Selvini-Palazzoli o las reuniones multifamiliares para acercarse a métodos más reflexivos, dialógicos o narrativos –pero también distantes, cerebrales y reservados. Influida por el comunicacionalismo, el giro lingüístico y el post-estructuralismo, inmersa en sociedades cada vez más “racionales”, instrumentales, orientadas a la producción y la “satisfacción del consumidor”, la terapia familiar se ha adaptado racionalizando sus procedimientos, viscerales y con frecuencia intuitivos pero audaces, restándoles lo que podría ser polémico o no inmediatamente comprensible.

No ha sido la única: las otras tres grandes tradiciones (cognitiva, humanista y psicodinámica) también han ido puliendo sus bordes afilados –o, para usar un símil más apropiado, domando sus ideas y prácticas más extremas o controversiales. Como apuntan Singer y Lalich (1996), “en los años 60 y 70 el mundo presenció una especie de «todo vale» psicoterapéutico” (Singer y Lalich, op. Cit., p. 114), una explosión de creatividad irrestricta que alumbró enfoques tan influyentes como la terapia Gestalt (Perls, Hefferline y Goodman, 1977), la “terapia de realidad” (Glasser, 1965), las primeras terapias cognitivas (Ellis y Dryden, 1997; Beck, 1975) y psicodinámicas breves (Malan, 1979; Ornstein y Balint, 1985); pero también modelos como el “análisis directo” (Rosen, 1953), el grito primal (Janov, 1977) o la realización simbólica (Sechehaye, 1958) y técnicas como la implosión (Wolpe, 1977), la “pelea simbólica” (Whitaker y Blumberry, 1991) o el análisis con LSD (Grof, 1980) que han pasado a la historia, no siempre honrosa, de la psicoterapia. En la medida en que ha podado teorías extravagantes y prácticas inútiles, iaotrogénicas, objetables e incluso antiéticas (de las que, por desgracia, la psicoterapia no ha estado exenta; Masson, 1988), esta racionalización ha sido positiva y necesaria; mas se ha llevado consigo formas de intervenir que, respetando los preceptos éticos, legales y morales, son más sorpresivas, intensas y propensas a generar resistencia –pero a la vez más potentes, profundas y eficaces.

Bajo esta premisa racionalizadora la terapia familiar sistémica y narrativa, en su momento pletórica de diversidad, se ha estandarizado, convergiendo hacia más o menos la misma forma de trabajo (que ya anticipara Minuchin, 1998): un diálogo, siempre civilizado y cordial, en donde los miembros de la familia hablan menos entre sí que por intermedio (o incluso a instancias) del terapeuta, ocasionalmente puntuado por tareas, sugerencias, reformulaciones o elogios de éste. Incluso los modelos que afirman abordar la emoción (Johnson, 2004) convierten al terapeuta en mediador entre las expresiones emotivas de los cónyuges, en traductor de sus “emociones primarias” mutuas y en “entrenador” (coach) de cómo articularlas adecuadamente (Greenberg, 2017). ¿Cómo explicar esta simplificación? [...]

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