Uno de los temas preferidos de los filósofos es la muerte.
Y aquí, como siempre, tenemos al menos dos grandes tradiciones contrarias.
Ante todo, el gran Sócrates, quien (hasta donde sabemos) pensaba que “la filosofía es una preparación para la muerte”.
De lo que se deduce que el tema que ocupa permanentemente al auténtico filósofo es el fin de la vida; y que su filosofía es, en el fondo, un continuo entrenamiento en el desapego.
Pero tenemos a Spinoza, quien decía (y cito de memoria): “El hombre saludable en nada piensa menos que en la muerte, y su sabiduría es acerca de la vida, no de la muerte”.
No cabe duda de que Spinoza conocía la opinión socrática, ni de que su propia postura era, en buena medida, una rebelión contra una tradición tan noble y poderosa. Desde su perspectiva, bella y elegante, pretender “desapegarse” de la existencia sería tan absurdo como pretender arrancarse los propios huesos. Ningún ser vivo, en tanto que vivo, puede abdicar de su vida. Eso va en contra de su naturaleza.
Así, la filosofía nos prepara para la muerte -pero nos impide pensar en ella.
¡Pero esto no tiene sentido!
O tal vez sí…
Tal vez, sin que Sócrates ni Spinoza lo sospecharan, estaban sosteniendo una y la misma cosa.
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