Nada más que un buscador

La muerte de Sócrates, de  Jacques-Louis David

Sócrates estaba dispuesto a conversar con cualquier persona; pero le gustaba ante todo la compañia de los adolescentes. Ellos, en él, encontraban exactamente lo que los jóvenes necesitan en esta fase de rebeldía: un hombre cuyo evidente valor podían admirar y respetar y cuya sutil inteligencia se ponía siempre al servicio de la juvenil pasión por el debate. Sócrates nunca hubiera acallado sus incipientes inquietudes con el tono condescendiente de la madurez experimentada; al contrario, todo lo que pasaba por sus mentes le interesaba y los animaba vehementemente a pensar por sí mismos acerca de cualquier tema, especialmente lo correcto y lo incorrecto. Siempre había dicho, con evidente sinceridad, que él mismo era tan sólo un buscador; alguien que no sabía nada ni tenía nada que enseñar pero que veía en toda pregunta un enigma por resolver. Y detrás del despliegue de jovial inteligencia percibían la presencia de una personalidad extraordinaria, serena, segura y dueña de una misteriosa sabiduría. Allí había alguien que había dado con el preciado secreto de la vida, que había alcanzado un equilibrio en su carácter que nada podía perturbar. Y siempre tenía tiempo para acompañar a quien quisiera descubrir ese secreto por sí mismo; en particular, esos jóvenes con la oscura pero urgente necesidad de ser adultos, libres y autónomos.

Before and After Socrates, F. M. Cornford

Ambos sostienen lo mismo

Uno de los temas preferidos de los filósofos es la muerte.

Y aquí, como siempre, tenemos al menos dos grandes tradiciones contrarias.

Sócrates

Ante todo, el gran Sócrates, quien (hasta donde sabemos) pensaba que “la filosofía es una preparación para la muerte”.

De lo que se deduce que el tema que ocupa permanentemente al auténtico filósofo es el fin de la vida; y que su filosofía es, en el fondo, un continuo entrenamiento en el desapego.

Spinoza

Pero tenemos a Spinoza, quien decía (y cito de memoria): “El hombre saludable en nada piensa menos que en la muerte, y su sabiduría es acerca de la vida, no de la muerte”.

No cabe duda de que Spinoza conocía la opinión socrática, ni de que su propia postura era, en buena medida, una rebelión contra una tradición tan noble y poderosa. Desde su perspectiva, bella y elegante, pretender “desapegarse” de la existencia sería tan absurdo como pretender arrancarse los propios huesos. Ningún ser vivo, en tanto que vivo, puede abdicar de su vida. Eso va en contra de su naturaleza.

La muerte y el astrólogo, de Holbein

Así, la filosofía nos prepara para la muerte -pero nos impide pensar en ella.

¡Pero esto no tiene sentido!

O tal vez sí…

Tal vez, sin que Sócrates ni Spinoza lo sospecharan, estaban sosteniendo una y la misma cosa.

Amar y saber -y ser nuevo

Gotas de Vida, de Nicholas Roerich

En el terreno del afecto, el amor requiere una confianza unilateral, un entregarse al otro, un darse sin más. Esto no significa que no se busque recompensa alguna; por el contrario, la entrega reclama una entrega paralela, una suerte de reciprocidad –aunque sea imaginaria o simbólica; como lo fue la reciprocidad que recibieron Cristo, Sócrates y Ofelia por sus sacrificios y sus inmolaciones. Y no se trata de una reciprocidad estricta, de un quid pro quo mercantilista y vulgar. No: se trata de una anagnórisis, de un cambio completo de perspectiva; de un dejar de ser alguien para ser otra persona, a la vez el mismo; de abandonar la vieja piel para presentarse al mundo sin ella, desnudo, inerme, íntegro.

En el terreno del conocimiento, conocer requiere una confianza unilateral, un entregarse a una convicción, un prescindir de la duda, sin más. No es una confianza ingenua; en el caso ideal, el conocimiento clama por un objeto consistente, por una serie de eventos que lo validen o invaliden; clama, de cualquier modo, por una respuesta pertinente. (Igual que el amor: “odio quiero más que indiferencia”…) La pregunta requiere una respuesta; y toda acción genera una reacción opuesta y de igual empuje.

Así, tanto conocer como amar son parte de un mismo proceso, que podemos llamar, a falta de mejor término, “vivir”; comparten una misma estructura; requieren de un mismo sacrificio; arrojan un mismo placer; obligan a un mismo compromiso.

No han de ser unificados: están unidos, son indisolubles –sólo hace falta reconocer tal unión.

Y reconocer es nacer de nuevo.

Krishna, de Nicholas Roerich

In the quiet silent seconds I turned off the light switch
And I came down to meet you in the half light the moon left
While a cluster of night jars sang some songs out of tune
A mantle of bright light shone down from a room

Come down in time I still hear her say
So clear in my ear like it was today
Come down in time was the message she gave
Come down in time and I’ll meet you half way

Well I don’t know if I should have heard her as yet
But a true love like hers is a hard love to get
And I’ve walked most all the way and I ain’t heard her call
And I’m getting to thinking if she’s coming at all

Come down in time I still hear her say
So clear in my ear like it was today
Come down in time was the message she gave
Come down in time and I’ll meet you half way

There are women and women and some hold you tight
While some leave you counting the stars in the night…

Elton John, Come Down in Time

El demonio de Sócrates

Es duro ser mayor.

Sumamente duro.

Una de las cosas más difíciles es ser honesto con uno mismo. Ser mayor implica ser honesto: es, por consiguiente, harto difícil.

Difícil, doloroso, desquiciado.

Pero necesario; en ocasiones, al menos. Sobre todo cuando se trata de evitar el sufrimiento gratuito e inescapable.

Famosas postreras palabras

Resulta que Sócrates tenía un “demonio”, un daimon, que ha ingresado con toda justicia al bestiario filosófico por su función característica. Era, para el filósofo, “lo que en él había de divino”. Le hablaba, ciertamente –una firme y tenue voz en su cabeza; mas nunca le decía nada positivo. Únicamente desaconsejaba ciertas cosas. “Te equivocas, Sócrates” –espetaría; pero jamás “¡Acertaste, Sócrates!” Su silencio era signo de aprobación.

Porque, aunque no conocía la verdad, siempre detectaba el error. E impedía que Sócrates lo creyese –del mismo modo que éste asediaba a los atenienses como el tábano con el que le gustaba compararse.

A los atenienses no les agradaban los tábanos; y se deshicieron de éste por medio de la cicuta.

Mas el tábano tuvo una prole numerosa, ojalá interminable; una prole que se atreve a ser adulta en medio de los niños –o infantil en la fangosa seriedad.

Lo que has dejado atrás

Es duro ser adulto; insoportablemente duro.
Tan duro como no dejar de ser un niño.
Tan duro como seguir vivo.

A St. Helena Lullaby

“How far is St. Helena from a little child at play?”
What makes you want to wander there with all the world
between?
Oh, Mother, call your son again or else he’ll run away.
(No one thinks of winter when the grass is green!)

Rudyard Kipling