El demonio de Sócrates

Es duro ser mayor.

Sumamente duro.

Una de las cosas más difíciles es ser honesto con uno mismo. Ser mayor implica ser honesto: es, por consiguiente, harto difícil.

Difícil, doloroso, desquiciado.

Pero necesario; en ocasiones, al menos. Sobre todo cuando se trata de evitar el sufrimiento gratuito e inescapable.

Famosas postreras palabras

Resulta que Sócrates tenía un “demonio”, un daimon, que ha ingresado con toda justicia al bestiario filosófico por su función característica. Era, para el filósofo, “lo que en él había de divino”. Le hablaba, ciertamente –una firme y tenue voz en su cabeza; mas nunca le decía nada positivo. Únicamente desaconsejaba ciertas cosas. “Te equivocas, Sócrates” –espetaría; pero jamás “¡Acertaste, Sócrates!” Su silencio era signo de aprobación.

Porque, aunque no conocía la verdad, siempre detectaba el error. E impedía que Sócrates lo creyese –del mismo modo que éste asediaba a los atenienses como el tábano con el que le gustaba compararse.

A los atenienses no les agradaban los tábanos; y se deshicieron de éste por medio de la cicuta.

Mas el tábano tuvo una prole numerosa, ojalá interminable; una prole que se atreve a ser adulta en medio de los niños –o infantil en la fangosa seriedad.

Lo que has dejado atrás

Es duro ser adulto; insoportablemente duro.
Tan duro como no dejar de ser un niño.
Tan duro como seguir vivo.

A St. Helena Lullaby

“How far is St. Helena from a little child at play?”
What makes you want to wander there with all the world
between?
Oh, Mother, call your son again or else he’ll run away.
(No one thinks of winter when the grass is green!)

Rudyard Kipling

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *