Una dirección equivocada

Uno de los recursos más importantes de la ciencia es el “experimento mental” (gedankenexperimenten). Consiste, sencillamente, en un experimento que no interesa poner en práctica; un modelo cuyo objetivo es esclarecer los conceptos involucrados y sus relaciones mutuas, no decantarse por un resultado u otro.

Por cierto: cabe distinguir esta noción baconiana de “experimento”, próxima a lo que llamamos comúnmente “experiencia”, del sentido que la misma palabra cobra en el discurso actual -inseparable de la “hipótesis”. Para Bacon, el experimento es “poner a la naturaleza en apuros”: organizar una situación de por sí poco probable y mirar “a ver qué pasa”. El “experimento” actual va un paso más allá: se trata de definir con precisión los resultados que nuestra teoría nos lleva a esperar -las hipótesis– y de contrastarlos con los que se dan efectivamente. Es pedir a la Naturaleza “saltar por el aro” -y constatar si lo ha conseguido. Un experimento baconiano sería frotar dos palos y “ver qué ocurre”; uno contemporáneo, frotarlos para saber si generan o no electricidad. (El ejemplo es de Peter Medawar).

Un ejemplo de “experimento mental” es el Demonio de James Clerk Maxwell, una máquina de movimiento perpetuo del segundo tipo (llamada así porque viola la Segunda Ley de la Termodinámica: “en un sistema cerrado, la entropía tiende a aumentar”).
Imaginemos una caja dividida en dos compartimentos por una lámina que posee, además, una minúscula portezuela por la que puede pasar una, y sólo una, molécula de gas. Un ser minúsculo, el Demonio de Maxwell, hace guardia ante ella, observando impasible toda molécula que se le acerca y abriendo la puerta sólo a las de mayor velocidad –permitiéndoles así saltar al compartimento contrario. Puesto que la temperatura de un cuerpo se deriva de la velocidad a la que se mueven sus moléculas, a la larga la diferencia de temperatura entre ambos compartimentos se acrecentará (ya que uno contendrá moléculas más veloces que el otro); y puesto que de una diferencia térmica podemos obtener energía, el Demonio de Maxwell nos ofrece un generador perfectamente eficiente.
(Lo cual, dicho sea de paso, es imposible: porque el Demonio no puede averiguar la velocidad de una molécula sin invertir energía en ello –en forma, por ejemplo, de un haz de luz; y aquí se desvanece su ventaja).

El pequeño demonio de Maxwell

Sin embargo, no sólo los científicos practican experimentos mentales. Al contrario: la vida cotidiana está plagada de ellos –lo cual genera una peculiar forma de perversidad. En la abrumadora mayoría de ocasiones se relacionan con el amor; y siempre con la misma pregunta: “¿estaré realmente enamorado de..?”

Experta en experimentos mentales

“¿Estaré enamorada de x? Vamos a ver. Supongamos que me lo encuentro ahora: ¿cómo me sentiría? Supongamos que dejo de verlo durante una semana: ¿me sentaría mal?…”

Huelga decir que, así planteado, el experimento mental sobre uno mismo fracasa estrepitosamente; porque se dedica no a clarificar un concepto (como el de “amor”) sino a desvelar la relación entre nuestros sentimientos y el concepto en cuestión; una relación que puede evidenciarse únicamente en la práctica –y únicamente cuando no abrigamos la explícita intención de evidenciarla.

El riesgo de este tipo de experimentos mentales –la perversidad de su estructura– es que mientras más dependas del resultado, menos fiable será éste –porque más ansiedad sentirás ante él; y esta ansiedad desplazará el sentimiento en sí, ora por sí misma, ora induciendo un estado de autoobservación obsesiva.
Sólo puedes saberlo viviendo; y sólo cuando intentas no saberlo –cuando dejas de lado la necesidad de asegurarte. Es una de esas cosas que (en palabras de un pensador sumamente interesante) son esencialmente subproductos.

Por ende, los experimentos mentales aplicados a uno mismo carecen de valor o mueven incluso a confusión; en tanto que la actividad independiente de una intención experimental trae consigo la respuesta a la inquietud.

“No es que pienses demasiado” -me decía alguna vez un viejo amigo- “sino que piensas en una dirección equivocada”.

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