La compasión de los dioses

Supón que dedicases tu vida a un asunto fundamentalmente estéril.
Permíteme explicarme. Podrías esforzarte, por ejemplo, en inventar una máquina de movimiento perpetuo: un fantástico artilugio que proveería a la humanidad de energía inagotable sin costo alguno.
Esto no sería necesariamente estéril –por más que tu conclusión fuese que es imposible (como, a juzgar por las leyes de la termodinámica, lo es). Aparte de los hallazgos que podrías hacer en el camino (y podrían ser muchos), el mero hecho de demostrar fehacientemente su imposibilidad tendría un valor innegable.

Tengo otras cosas en mente; y no importa cuáles –siempre que convengamos que son, a todas luces, intrascendentes. No es que te equivoques: es que tus errores y tus aciertos dan exactamente igual –esto es, nada.
A todas luces: porque la prueba final e inapelable es el futuro –por definición ignoto.

Mas pongamos en marcha un pequeño experimento mental. Supón que pudieses hablar con Dios, o con alguien igual de autorizado; alguien que fuese capaz de leer sin trabas en el libro de la vida.
Supón que te dijera que lo que haces, aquello a lo que entregas tu existencia, es efectivamente estéril. “Da lo mismo, hijo mío”, te dirá; “no sólo nunca lo conseguirás; por más que lo consigas, las cosas ocurrirán igual que habrían ocurrido en caso contrario”.

Pues bien: ¿podrías abdicar de tus ambiciones?

Las dos posibles respuestas son –¡maldición!– igualmente desgarradoras.

“Sí: podría dejarlo y hacer otra cosa”
En cuyo caso, ¿te importaba, desde un principio? ¿Se te iba, de verdad, la vida en ello?

“No: por más que sea inútil, lo tengo que hacer”
Si es así, ¿de qué servirá que lo hagas? Si ya sabes, de antemano, que es inútil, ¿para qué intentarlo?

¡Ah! La respuesta es… no hay respuesta. El velo que oculta el futuro es una muestra de la compasión de los dioses.

Imponente y magistral

La más hermosa no-respuesta que conozco se encuentra en el penúltimo capítulo de El Napoleón de Notting Hill, de Chesterton; y es, como casi todas sus novelas, una alegoría –una tan inmensa que casi pasa desapercibida. Es una no-respuesta sumamente tranquilizadora –creo que debido exclusivamente a su belleza; lo que hace imposible resumirla aquí.

Pero me consuela tenerla a mano y acariciarla cuando las cosas van mal.
A su enigmático modo, la vida es dulce y generosa.

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