Shakespeare, siempre Shakespeare

Tony Leung, el asesino

Una biblioteca, ventanas amplias y luz difusa. Un matón de traje y corbata se abre paso –corte a su mano, que sostiene un pañuelo con el que empuja el torno de la entrada. Camina por el pasillo, sin prisas –corte al rótulo de una larga estantería: “400 – Literature”. Primer plano de su dedo deslizándose por los lomos de los libros; se detiene en el segundo de tres volúmenes, marrón oscuro. Lo toma y se dirige a una mesa cuyo ocupante lo mira desconcertado –detalle del libro que cae con un estruendo. Se sienta y lo abre, página a página, sin leerlo –plano del asustado rostro del otro. “¿Por qué nos traicionaste?” –“le debo una explicación…” Primer plano del alegre asesino: “sí, sin duda” –corte a su mano que pasa una página del libro dejando al descubierto la pistola que se oculta en su interior. La toma y dispara a bocajarro en medio de los ojos –plano de la cara que se desploma y de la sangre que fluye incontenible. Regresa la pistola a su escondite, recoge el libro y se marcha.

Aún no sabes nada –quién es, a quién ha matado y por qué, para quién trabaja. A la larga, lo comprendes.
Pero eso es lo de menos: hay un detalle crucial y abrasador.

Se trata –luego lo averiguamos– del segundo tomo de las obras completas de Shakespeare.

Tony, Chow Yun-Fat y John Woo, en Hard Boiled

A quien –dicho sea de paso– me muero de ganas de volver a leer.

Pleamares de la vida

W. Shakespeare

There is a tide in the affairs of men, which, taken at the flood, leads on to fortune.

Shakespeare, Julius Caesar

A diferencia de lo que se suele creer, el I Ching no es, en rigor, un oráculo; no sirve para “predecir el futuro” (aunque pueda acertar asiduamente) ni para “leer la mente del otro” (aunque arroje alguna luz sobre ella). Sirve, básicamente, para plasmar la situación en la que se está inmerso; o, mejor dicho, su tiempo.

Porque para interpretar el I Ching hace falta un concepto imprescindible, el de tiempo; como cuando decimos “es tiempo de siembra” o “es tiempo de irse”. De hecho, parece que era éste el significado original del término chino para “tiempo”, shi: como en “las estaciones no se equivocan” (Comentario al Hexagrama 16).

Nada hay más cambiante que las estaciones, y sin embargo, nada más permanente. Del mismo modo, los asuntos de los seres humanos siguen una corriente alternante y repetitiva contra la que no cabe luchar. Es menester descubrir la forma de comprenderla y aprovechar su ímpetu: aprender a abandonarse a ella, sin reparos ni segundas intenciones.

El libro, si hace algo, es señalarte el tiempo de la situación que te preocupa: el apogeo o caída de “lo Luminoso”, la sucesión continua y deslumbrante del yin y el yang, el favor o la desgracia que acechan al “Hombre Superior”; en suma, las pleamares de la vida.

Y los comentarios que incluyen la frase “grande es, en verdad, el tiempo” transmiten la suprema necesidad de dar con el momento justo para obrar –lo que en la tradición griega se llamaba kairos.

Ya que, por otro lado, siempre es preferible no actuar a tratar en vano de remontar el río de la vida; lo cual no tiene nada que ver con el Destino, la Fortuna o Dios: sólo con el tiempo.

Me temo, sin embargo, que no sea éste el mejor consejo para los oídos de hoy -frenéticos, monotemáticos, insaciables; ni para nuestras cabezas, que confunden la terquedad con la fortaleza, la rigidez con el valor, la brutalidad con el poder.

¿Querrá esto decir que no es su tiempo?