Principios de la Terapia Breve Relacional basada en la Consciencia

He regresado hace cosa de un mes de Guadalajara, México, luego de visitar nuevamente el Instituto Tzapopan. La vez anterior presenté mi método para interpretación de los sueños basado en la psicología cognitiva, la neurociencia y el trabajo experiencial. En esta ocasión he compartido las bases de una forma de promover el cambio más amigable, sutil, elegante y precisa: la terapia relacional basada en la consciencia (de la cual pongo un ejercicio práctico al final de este escrito).

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Bruce Lee y el fin de las escuelas psicoterapéuticas

Ya he mencionado el paralelismo entre las artes marciales y la terapia. Es lógico: al fin y al cabo, ambas estudian cómo conducir las interacciones al mejor desenlace posible con el mínimo esfuerzo.

En otras palabras, tanto las artes marciales como la psicoterapia investigan la mejor manera de organizar la acción: aquellas los movimientos, esta el diálogo. Y por ende, identifican patrones recurrentes que aíslan, desmenuzan, reordenan y perfeccionan hasta alcanzar la máxima eficacia. En las artes marciales japonesas, estos patrones se llaman kata (“forma”); en psicoterapia, “técnicas” o “intervenciones”. En definitiva, las artes marciales son simplemente una forma de organizar la acción con la mayor eficacia y elegancia: lo mismo que la terapia.

Las artes marciales se dividen en “disciplinas”, que a su vez engloban “estilos” que enfatizan distintos aspectos del arte del combate (fuerza vs. velocidad, armado vs. desarmado, patadas vs. puñetazos, golpear vs. aferrar, detener vs. desviar, etc.) Asimismo, la psicoterapia comprende “escuelas” o “líneas teóricas”, cada una con sus objetivos terapéuticos y formas de valorarlos, que enfatizan diversas “técnicas” en distintas secuencias: la “interpretación”, el “diálogo socrático”, la “catarsis”, la “integración de polaridades emocionales”…

A mi entender, este tinglado de escuelas y teorías está en decadencia y ha de dar paso a la investigación y descubrimiento de los principios fundamentales del cambio terapéutico, asociado con la construcción de un sólido modelo de la mente y sus correlatos neurales y socioculturales. Una tarea magna pero insoslayable.

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“Soy terapeuta, a secas”: el fin de las escuelas psicoterapéuticas, cuarta parte

Las “escuelas terapéuticas” deben desaparecer. He esgrimido ya tres razones:

  1. La mayor parte de terapeutas eligen “escuela” no por su eficacia sino porque coincide con sus prejuicios y visión del mundo;
  2. Según la investigación, el principal predictor del éxito en terapia no es la técnica o “corriente” que el terapeuta emplee sino la interacción entre su persona y las de los pacientes, sobre todo en lo que se refiere a su capacidad de crear alianzas terapéuticas sólidas y negociar contratos terapéuticos viables, lo cual requiere una visión fundada en la esperanza, no en el déficit;
  3. Los hallazgos de la neurociencia, la psicoterapia empírica, la ciencia cognitiva y la psicología social convergen, lentos pero inexorables, hacia un núcleo de hipótesis comunes, la más importante de las cuales es la intersubjetividad radical (y, añado ahora, el dejar atrás las perspectivas centradas en la homeostasis para alcanzar otras más eficaces y plausibles, centradas en el cambio adaptativo y los equilibrios dinámicos).

Resta por exponer la cuarta, última y más importante, cosa que haré en dos entregas. La he dejado para el final porque, a diferencia de las anteriores, no es exclusiva de la psicoterapia sino que permea la “mentalidad” contemporánea; es ubicua pero, por eso mismo, menos obvia -y más poderosa. Se infiltra invisible y subrepticia en la consulta de todo terapeuta; extiende sus tentáculos hacia cualquier conversación orientada al cambio; es nuestra estrategia preferida ante el sufrimiento y la patología. Es una tentación siempre presente en nuestro trabajo -y, de hecho, en la vida, en la medida en que es también dolorosa.

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Revolucionario tratamiento para la demencia: ¡ante todo, no hacer daño!

Penny GarnerCuando alguien se equivoca tendemos a corregirlo automáticamente. Del mismo modo, cuando una persona que sufre demencia comete un error que da cuenta de sus dificultades en la memoria reciente, la tendencia natural y bienintencionada es señalárselo “por su propio bien”.

Lo que no solemos ver es que, en vez de ayudar, esto produce en la persona una desazón intensa que reduce su competencia y hace menos probable que recuerde nada, lo que suscita un círculo vicioso interpersonal difícil de detener.

Penny Garner, aquí retratada, se dio cuenta de ello al tratar con su madre Dorothy, que sufría de demencia senil. Y ha propuesto un tratamiento revolucionario: ¡no molestar! (O bien, en su preciosa versión hipocrática, “primum non nocere“). Lo ha llamado “Specialised Early Care for Alzheimer”, o Specal.

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La homeostasis no existe: revolución en la teoría sistémica

Hace menos de un mes se publicó en Nature un hallazgo que, si se confirma, revolucionará la biología -y, a la larga, la psicología y la psicoterapia, sobre todo sistémica.

Los biólogos lo sospechan; los psicólogos y coaches, en cambio, ni se lo imaginan. Pero su forma de entender su trabajo, su modus operandi, tiene los días contados.

La peligrosa idea de este artículo, el germen de la revolución, es engañosamente simple:

La homeostasis no existe.

Es un mito, una falsedad. O más bien, una verdad a medias. Explica sólo un trozo de la realidad; es únicamente un caso límite de una teoría más amplia -como la teoría gravitatoria de Newton es en realidad parte de la relatividad general de Einstein.

Pero ¿por qué es tan revolucionario afirmar que la homeostasis no existe? Para entenderlo debemos dar un breve paseo por la historia de las ideas, empezando por el hallazgo en cuestión (que resumo a partir del abstract). (Los interesados en las implicaciones terapéuticas pueden ahorrarse este paseo e ir directamente al final del artículo).

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La cadena del Karma: Peter Munz, In Memoriam

Peter Munz: In Memoriam

Peter MunzInvestigando para mi tesis descubro que Peter Munz ha muerto el 14 de octubre del 2006. Uno de los últimos discípulos tanto de Wittgenstein como de Popper, con quien le uniría una amistad de toda la vida, y seguramente el último testigo vivo del famoso incidente del atizador de chimenea, Munz se especializó en historia del medioevo europeo; pero hizo contribuciones a la filosofía, la ética y la epistemología que le aseguran un lugar, si bien menor, en la historia del pensamiento.

Menor, pero no para mí; de hecho, gran parte de mi pensamiento ha sido forjado por las ideas de Munz. Lo descubrí hace ya años en la perdida librería madrileña donde me topé con una edición preciosa de “Cuando se quiebra la rama dorada: ¿estructuralismo o tipología?“; me enamoré perdidamente del libro al constatar que citaba, al mismo tiempo, a Alan Watts, Ananda Coomaraswamy, Levi-Strauss, William James, Robert Graves y Karl Popper -una hazaña no menor, dadas las distancias que los separan.

Munz compartía con Popper la creencia en la “Sociedad Abierta” y con Wittgenstein el interés en la religión y la mística -que Popper menospreciaba. Podemos entender su carrera como un prolongado intento de unir dos grandes tradiciones: el realismo crítico popperiano y la preocupación por la trascendencia wittgensteiniana. Un intento que le conduciría a Edelman y el “darwinismo neural”, Dennett y su darwinismo generalizado y la epistemología evolutiva post-popperiana. Su búsqueda se plasma en sus obras epistemológicas y se corona en su último libro, “Beyond Wittgenstein’s Poker“, donde describe cómo son Popper y Wittgenstein complementarios más que contradictorios -cosa que comparto con vehemencia.

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“Soy terapeuta, a secas”: el fin de las escuelas psicoterapéuticas, tercera parte

En las anteriores entregas he sostenido que las escuelas terapéuticas deben desaparecer. O, al menos, que debemos modificar sustancialmente nuestra forma de entender la psicoterapia y el cambio humano. Ya no más “freudianos”, “sistémicos”, “cognitivos”, “humanistas”, “constructivistas”; de ahora en adelante, terapeutas, a secas.

Asimismo, he aducido dos razones potentes y profundas. Una, que (por lo que sabemos) la mayor parte de terapeutas eligen su escuela no porque sea la más eficaz, apoyada en la evidencia o útil sino porque es coherente con sus principios y su forma de ver el mundo. Dos, que a juzgar por las investigaciones los factores que mejor predicen la mejoría no tienen que ver con la “corriente” sino con el terapeuta: su capacidad de establecer alianzas y negociar contratos terapéuticos.

Continúo hoy con la tercera: que, a mi juicio, pronto no habrá nada específico que defender de cada escuela.

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