El callejón de los milagros
Hace muchos años, mi madre me regaló un libro precioso: El callejón de los milagros, de Naguib Mahfouz (convertido luego en una película protagonizada por Salma Hayek). Recuerdo haberlo leído con deleite hace más de una década.
Una de sus historias se me quedó grabada (aunque sin duda la habré distorsionado). Había en el callejón un viejo, experto en disfraces, a quien visitaban los mendigos para que los ayudara a inspirar más lástima. Éste los dotaba de una llaga purulenta, una erupción cutánea, una cojera, usando materiales aparentemente inocuos que había ido reuniendo y que atesoraba.
Una vez fue a verlo un ex profesor y literato, desempleado y al borde de sus fuerzas; contra todo pronóstico, el experto no echó mano de su cofre de maravillas. “Vaya”, le dijo, “usted no necesita ninguna herida o enfermedad; mas aún, quedarían tan fuera de carácter que se notaría el truco. Usted siga así, con su chaleco raído y su chaqueta que ha visto mejores épocas. Nunca pida limosna directamente; limítese a inspirar lástima, a aceptar lo que decidan darle sin rechistar, a recordarles siempre lo que les podría pasar si sus vidas dieran un vuelco. No: ¡usted, como es, está perfecto!”
Pues ¡eso es precisamente lo que hace un coach personal!
Ver la esencia y actuar en consecuencia
El experto en disfraces tenía un don: penetrar en el alma de las personas, separando lo esencial de lo accesorio. En eso consistía su trabajo. No en disfrazar, únicamente -eso lo podía hacer cualquiera-, sino en mostrar el alma a través del disfraz: “veamos… tú piensas, te mueves y hablas como un cojo, así que te vamos a poner unas piedrecillas en el zapato derecho”.
Sabía que un disfraz nunca funciona si no coincide con el espíritu de quien lo lleva; o más bien, que el disfraz más creíble es la verdad sin tapujos (así como la estrategia más poderosa es la autenticidad sin miedo). Era capaz de ver la perla en el barro, el milagro en lo anodino, la vida abriéndose paso entre el tedio y la incredulidad.
En vez de obligar a sus clientes a dar grandes cambios para aproximarlos a su ideal del “mendigo perfecto” se ocupaba de comprenderlos a fondo, de hurgar en sus vidas hasta dar con la magia oculta en cada corazón; y una vez descubierta se limitaba a evidenciarla con uno o dos toques sutiles.
Toques que, casi siempre, implicaban retirar, no añadir: retirar las fuentes de incoherencia, las pequeñas imperfecciones que nos llevan a grandes traspiés.
Valores, felicidad y productividad
La investigación en management, psicología positiva y gestión del talento es concluyente: las personas más productivas son también las más satisfechas y felices; las personas más productivas y felices son las que viven en línea con sus valores e ideales.
(Productivas, no meramente reproductivas. No se trata de repetir incesamentemente la misma cosa, sino de aprender continuamente nuevas y mejores maneras de hacer esa misma cosa; o bien, de afrontar gozosamente retos cada vez más amplios y complejos).
Por desgracia, como ya decía Michael Ende en “La escuela de Magia”, la mayor parte de gente no sabe lo que quiere, sino sólo lo que cree que quiere. Y averiguar cuáles son nuestros verdaderos deseos es mucho más difícil de lo que parece. Tenemos que acallar ese ruido que nos distrae todo el tiempo: los gritos de una sociedad cada vez más consumista y corta de miras y nuestras propias voces, que se hacen eco sólo de la derrota y el dolor y nos convencen de que queremos el “éxito”, aparecer en portadas de revistas y ser famosos y buscados.
Las mismas voces que nos critican sin descanso, recordándonos nuestra “baja autoestima” y echando la culpa de nuestros errores a un supuesto e ignoto “defecto de fábrica” originado en nuestra infancia e imposible de corregir.
Inventar tu lugar en el mundo
Podríamos decir que una vez que sabemos lo que queremos es cosa de trabajar para lograrlo; pero sería una simplificación. Porque la vida se vive hacia adelante, pero se entiende hacia atrás.
Se trata, más bien, de un proceso experimental. Descubres una cosita, una pizca de esperanza, y comienzas a perseguirla. Bajo el influjo de la atención, la experiencia crece y cambia. Miras de nuevo, más atentamente, y reparas en otro detalle, antes ignorado; lo persigues, prestas atención, y vuelve a crecer y cambiar. Eventualmente, miras hacia atrás y te encuentras en un lugar diferente, más cómodo, más seguro; y contemplas fascinado el camino que te condujo hasta allí. Lo que en su momento parecía un accidente se convirtió en tu destino; tu fracaso más grande resultó providencial.
Todo esto hace un coach; o más bien, lo haces tú mismo, con su apoyo. Aprecia en ti el valor más allá de tus problemas; te ayuda a acallar las voces para escuchar tu corazón y comenzar a cristalizar tus ideales; a experimentar con ellos en la vida real; a inventar una posición desde la que abordar el mundo con más comodidad y flexibilidad.
Te ayuda, en suma, a ser coherente con tu esencia, reduciendo al mínimo la fricción con la realidad.
Epílogo: Pintar la ley interior de las cosas
Su Tung-Po (Su Dongpo, Su Shi), poeta y pintor chino del S. XI, escribió (en “La pintura de la ley interior de las cosas”:
Algunos artistas ven que es mucho más fácil engañar al público y crearse un nombre pintando objetos sin formas constantes. Sin embargo, cuando se comete un error en la forma o el contorno de un objeto, tal error queda reducido a esa parte determinada y no estropea el conjunto, mientras que, si no se acierta con el espíritu interno, todo el cuadro se viene abajo. Precisamente porque esos objetos no tienen una forma constante, hay que dedicar una atención especial a sus leyes interiores. Son muchos los artesanos que pueden copiar los más pequeños detalles de los objetos; pero las leyes interiores de las cosas sólo pueden ser captadas por los más altos espíritus humanos.
Y Liu Xie (en “El corazón de la literatura y el cincelado de dragones”, s. V):
Lo que se considera excelente al describir las cosas es lograr la más íntima relación. Por ello, afinar con palabras que se ajusten a la forma es como la tinta para el sello; como sin añadir retoques, plasmar en detalle la más pequeña brizna. Así, se pueden mirar las palabras y ver el aspecto de las cosas, acercarse a los caracteres y conocer las estaciones.
Me encanta esta parte que dices : “Podríamos decir que una vez que sabemos lo que queremos es cosa de trabajar para lograrlo; pero sería una simplificación. Porque la vida se vive hacia adelante, pero se entiende hacia atrás.”
A veces sería tanto más fácil su pudiéramos entenderla y vivirla en espiral, o que por lo menos el punto de partida del saber que queremos fuera evidente.
Doc Esteban gracias por compartir, de sus reflexiones recurdo paradigmas olvidados de Paaulo Freire, en esta latinoamerica linda hay personas que desde nuestra cultura ayudad a ver y reaprender poniendo en cuestionaminto ese lenguaje dominante que aveses frena a muchas personas. gracias por compartir. un abrazo