Desde Buenos Aires, sobre los resultados electorales

Viajar abre la mente. Y también impone perspectiva.

Pues desde acá, Buenos Aires, a donde acabo de llegar para quedarme un buen tiempo, resulta más fácil reflexionar sobre los últimos resultados electorales.

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“¿Cómo puede haber arrasado Correa?”

Hace alrededor de un mes fui invitado una vez más por Dayana Mancheno a “El Blog de la Radio” de Sonorama (103.7 FM) para hablar sobre la campaña y los posibles resultados electorales. Vaticiné que Rafael Correa ganaría en primera vuelta con un buen margen, seguido de Lucio Gutiérrez con alrededor de veinticinco puntos.

Y eso ha pasado, efectivamente, casi al pie de la letra. Aquí, la entrevista:

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Sólo podemos hacer mentes

Lee Bollinger

El Presidente de la Universidad de Columbia, Lee Bollinger, dio hoy un discurso en el que cuestionaba frontalmente al Presidente de Irán, Mahmoud Ahmadinejad, quien estaba entre la audiencia. Irán es un país abiertamente totalitario y que ha atentado repetidas veces contra los derechos humanos -y sigue haciéndolo…

Pero la frase que me ha encantado es:

Lastly, in universities, we have a deep and almost single-minded commitment to pursue the truth. We do not have access to the levers of power. We cannot make war or peace. We can only make minds. And to do this we must have the most full freedom of inquiry.

No podemos hacer la guerra, ni la paz; sólo podemos hacer las mentes.

La degradación del periodismo, o el periodista, de comentarista a francotirador

La mayor parte de gente estaría de acuerdo en que los dos periodistas más representativos del Ecuador son Carlos Vera y Jorge Ortiz. Son, sin duda, los que gozan de mayor presencia en los medios: editorialistas de varios periódicos y revistas, entrevistadores estrella de sus canales de televisión, corresponsales de servicios de prensa internacional… En suma, quienes toman el pulso al país día tras día para exhibir sus diagnósticos en los medios masivos.

Pese a sus diferencias (sin duda abismales) tienen algo en común: su estilo de entrevista, que podríamos denominar “francotirador”. Se apostan detrás de su escritorio, adoptan una actitud profesional y someten a su entrevistado/víctima a una andanada de preguntas capciosas y vagamente inquietantes. Aprovechan cualquier desliz para introducir la cuña de la duda y la desconfianza: nada es lo que parece, todo es sospechoso, nadie está a salvo de su mirada penetrante.

Lo admito: los he caricaturizado un poco. Sólo un poco, y no más de lo que ellos suelen caricaturizar a sus invitados. ¿Será esto lo que ha de hacer un periodista?

Supongo que no. Al menos, no solamente esto.

Este estilo de entrevista tiene sus implicaciones, no demasiado positivas. Por ejemplo, que tienden a ser erráticas. Una conversación fluida es como una danza: los intercambios se suceden rítmica y apropiadamente, sin solución de continuidad, en una dirección que se va estableciendo sobre la marcha. Las entrevistas de Vera y Ortiz también parecen una danza -sólo que una en la que ambos bailarines quieren conducir y se niegan a ceder ante el otro; con lo cual, están llenas de desvíos abruptos, silencios cargados de tensión y respuestas de relleno.

A los espectadores les cuesta seguir estas entrevistas salpicadas de azar -por más que disfruten del morbo de ver cómo Ortiz o Vera crucifican a cualquier persona que se aviene a conversar con ellos.

Pero lo más terrible es que, en contra de lo que ambos puedan suponer, este estilo de entrevista no encaja dentro del periodismo serio. El objetivo de una entrevista es aproximar a los escuchas o televidentes a un personaje: internarnos en su mundo, su forma de pensar y vivir, sus ideas; familiarizarnos con aquello que lo hace diferente -sea un actor, un cantante, una personalidad o un político. No es desnudar sus contradicciones frente a millones de personas.

Desde luego, el entrevistador puede ser confrontantivo: de hecho, es necesario que lo sea, para poner a prueba al entrevistado y permitirle explicar o aclarar un malentendido; para darle la oportunidad de demostrar su habilidad y competencia frente a una dificultad.

No obstante, no es lo mismo ser confrontativo que ser brusco, descortés o vulgar; que interrumpir al interlocutor para ahondar en una (supuesta) incoherencia; que pinchar insistente y torpemente hasta sacarlo de quicio -para regodearse entonces en su traspiés; que guardarse un as bajo la manga para esgrimirlo en el momento más inesperado haciendo gala de “olfato” periodístico.

Debajo de esto se intuye una cierta sensación de inferioridad y una continua lucha por el poder o el dominio, por imponer las reglas de la conversación. Lo cual es necesario, sí; pero puede hacerse en instantes. Es más: los entrevistadores verdaderamente hábiles lo hacen en los primeros diez segundos.

Sólo los aprendices tardan una hora en conseguirlo.

El periodismo como conversación, o el largo camino de vuelta a casa

El periodismo como arqueología

Muchos periodistas creen que su trabajo es una variante de la arqueología que consiste en separar las brillantes migajas de la verdad del fango del engaño, la indiferencia y la vaguedad.

Muchos periodistas (más o menos los mismos) creen que el Internet ha cambiado las reglas del juego de la comunicación de tal forma que ha vuelto imposible el continuar con su honesta profesión. Al aparecer la “interactividad”, ese némesis del periodista proverbial, la verdad tan perseguida se ahoga bajo una montaña de trivialidades introducidas por incontables interlocutores en un foro virtual.

Finalmente, muchos periodistas (o editores y dueños de medios de comunicación) creen que pese a todo el modelo tradicional del periódico sigue siendo viable. “Mientras informemos veraz y ágilmente”, murmuran, “todo irá bien”.

Las tres ideas son, a mi juicio, equivocadas. Ni el periodismo consiste en “buscar y decir la verdad”, ni el juego de la comunicación ha cambiado (mal que le pese a McLuhan), ni se puede sobrevivir jugándolo como siempre.

Más aún: las tres son equivocaciones en la misma dirección. Pero para verlo, como ya he dicho en otro lado, es preciso elevarse por sobre el manto de los siglos apoyándose en la historia de las ideas. Y lo haremos, brevemente, aprovechando ante todo el magnífico La musa aprende a escribir, de Erick Havelock, un resumen de sus investigaciones sobre el paso de la oralidad a la escritura en la Grecia preplatónica y sus implicaciones sociales y psicológicas.

Platón y el miedo a la palabra muerta

En el Fedro, Platón refiere, por boca de Sócrates, el diálogo entre un rey egipcio y el dios Toth, inventor de la escritura. Toth, como Prometeo, arde en deseos de extender la escritura y el conocimiento entre todos los pueblos; el rey, mucho más cauteloso (e, intuimos, temeroso de perder su poder como resultado de esta revolución), cuestiona cada uno de los argumentos del dios. Es un diálogo breve y profético: anticipa los devaneos de los monopolios en los momentos de cambio social a lo largo de la historia.

Toth comienza defendiendo la escritura porque “hará a los egipcios más sabios y servirá a su memoria, ya que es un remedio contra la dificultad de aprender y retener”. El rey lo critica indicando que “la escritura no producirá sino olvido en las almas de los que la conozcan… fiados de este extraño auxilio abandonarán a caracteres materiales el cuidado de conservar sus recuerdos cuyo rastro habrá perdido su espíritu… Porque cuando vean que pueden aprender muchas cosas sin maestros se tendrán ya por sabios, y no serán más que ignorantes…”

De aquí concluye Sócrates (es decir, Platón) que la escritura no “transmite” ningún saber, sino que se limita a despertar en el lector el saber que éste lleva ya dentro. Un postulado bastante próximo a la realidad, tal y como nos la desvelan los estudios de la neurociencia acerca del significado (véase más adelante).

Luego, Sócrates hace una afirmación tajante y devastadora: la palabra escrita está muerta mientras que el pensamiento (y el diálogo) están vivos. La elabora hasta el final del texto mediante diversos ejemplos y metáforas:

“Este es… el inconveniente así de la escritura como de la pintura; las producciones de este último arte parecen vivas, pero interrogadlas y veréis que guardan un grave silencio. Lo mismo sucede con los discursos escritos; al oírlos o leerlos creéis que piensan; pero pedidles alguna explicación sobre el objeto que contienen y os responden siempre la misma cosa… Pero consideremos los discursos de otra especie, hermana legítima de esta elocuencia bastarda… El discurso que está escrito con los caracteres de la ciencia en el alma del que estudia… vivo y animado, que reside en el alma del que está en posesión de la ciencia y al lado del cual el discurso escrito no es más que un vano simulacro”.

(Para un breve resumen del pensamiento platónico al respecto, véase aquí).

Platón es inmensamente sabio; consigue mantenerse equidistante de los dos extremos. No puede habérsele escapado la paradoja de escribir en contra del arte de escribir; yo pienso que lo hizo a propósito.

Por una parte, como ha demostrado Havelock, el objetivo platónico era defender la escritura frente a la oralidad -la razón frente a la pasión o la tradición, la educación pública frente al adoctrinamiento ritualístico y religioso… Pero, por otra (y esto ya se le escapa un poco a Havelock y sus comentaristas), era consciente del riesgo que esto implicaba: aunque poderosa, la palabra escrita sólo puede desarrollarse en medio de una comunidad, de una sociedad que disponga del “logos” -así como sólo se puede aprender a hablar si se vive entre personas que sepan hacerlo.

Así pues, tanto Toth como el rey tienen razón -en planos diferentes; lo cual se ha podido resolver únicamente tras el descubrimiento del conocimiento procedimental y declarativo, o tácito y explícito, como indico aquí. Pero eso es otra historia… Baste con señalar que si la palabra escrita es poderosa, sólo vuelve a la vida cuando se encarna en una conversación.

La dialéctica entre escritura y conversación

La palabra escrita arranca el sentido del contexto de la conversación, fijándolo para siempre sobre un medio duradero. Y así lo eterniza -a costa de matarlo.

Pero la palabra no muere. Porque entender una idea es darle nueva vida dentro de uno mismo -como lo confirman los últimos estudios en neurociencia y la teoría del significado encarnado de Mark Johnson. Y para darle nueva vida hay que volver a emplazarla en una discusión, sea con uno mismo (que era la teoría del pensamiento de Peirce: “pensar es discutir con uno mismo”) o con los demás.

Así pues, por un lado, la palabra viva es la que nos conecta con un venero eterno de ideas y temas recurrentes en la historia humana (el “mundo III” de Popper). Pero, por otro, este venero sobrevive únicamente en la medida en que se reencarna en cada uno de nosotros -cuando damos a luz a la palabra viva.

Cada vez que amamos, odiamos, tememos y cantamos; cada instante de agonía, aflicción, gloria, triunfo y esperanza forman parte de una infinidad de instantes semejantes que atraviesan como un hilo rojo a una infinidad de personas y lugares. La palabra es este hilo rojo -siempre y cuando seamos capaces de revivirla día tras día.

Así, las palabras nunca ha muerto -al menos las verdaderas, las que servían de puente hacia “el eterno humano”. La interactividad siempre ha estado ahí, sólo que oculta dentro de cada casa o en cada mesa de café -o, más aún, en cada cabeza.

Otra forma de decir lo mismo es que no se trata de haber pasado de una cultura “oral” a una cultura “escrita”; las culturas escritas siguen siendo orales, sólo que de otra manera.

El periodismo como conversación aplazada

Como casi todo, el periodismo puede verse de manera estática o dinámica. La perspectiva estática enfatiza el resultado por sobre el proceso, la noticia publicada por sobre la redacción e investigación. Según ella, el periodista escribe su nota sobre un tema determinado, la nota se publica y sanseacabó, a otra cosa.

Pero la perspectiva dinámica nos devuelve al movimiento que subyace a la aparente calma. La nota es leída por algunas personas; suscita controversia, comentarios, críticas o reflexiones que, o bien se quedan en su fuero interno, o bien las mueven a hacer comentarios con sus allegados. Igualmente, la nota se deriva de anteriores diálogos del periodista con personas, lugares o referencias, condensándolas para beneficio de sus lectores. Es, en suma, un retazo del tiempo congelado en blanco y negro.

La nota periodística es uno de los puntos de partida y de llegada de las conversaciones que tejen una sociedad. Más que ofrecer “datos”, el periodista ofrece guías: diferencia lo importante de lo intrascendente, permitiéndole así a la sociedad contemplarse a sí misma. La nota periodística no es un ítem de verdad sino un componente más de la eterna conversación que es una sociedad; si se quiere, los periódicos son los hitos o puntos de referencia en dicha conversación -pero nunca su contenido ni su finalidad.

Y eso siempre ha sido así. La palabra nunca ha muerto, la interactividad siempre ha estado presente.

Desde luego, cuando la nota se publicaba en un periódico, la “circularidad” del proceso se volvía invisible, pues las discusiones se daban más allá del ojo del periodista. De vez en cuando volvían al periódico a través de las “cartas al Editor”; pero en su mayoría se perdían en la sociedad como las ondas sobre un lago.

Mucha gente cree que el Internet y los blogs han cambiado esto introduciendo la interactividad en la comunicación masiva. Pero no es cierto. Lo que sí que han hecho es evidenciar una interactividad que corría antes por canales mucho más lentos, diversificados y soterrados. Hasta hace quince años, el lector discutía las noticias con sus amigos o familiares; ahora, lo hace con cualquiera que pueda acceder a un terminal de computadora. Las conversaciones que eran aplazadas y silenciosas han devenido gracias a la Red instantáneas y bulliciosas.

Pero siempre estuvieron allí.

El largo camino de vuelta a casa, o qué ha de hacer el periodista

De este modo, los temores platónicos se han aquietado -pero después de haberse exacerbado. Hemos regresado a casa luego de dar la vuelta al mundo. (En justicia, ya McLuhan intuyó este desenlace en su Galaxia Gutenberg). La palabra escrita se ha alejado cada vez más del diálogo y la conversación; ha ido muriendo lentamente desde hace diez siglos. La crisis de la prensa tradicional es un suspiro más en esta agonía.

Pero el Internet ha asestado el golpe de gracia no por medio de un cambio irrefrenable sino de un retorno a los orígenes: el texto se ha reencontrado con la charla, el “post” con el “chat”, la noticia con el foro. El Internet cierra el círculo de la conversación y emplaza la palabra en el seno de su madre, la conversación, en tiempo real y de manera automática.

Sócrates dialogaba con sus discípulos y denunciaba la perfidia de la palabra escrita; no conservamos ninguno de sus textos originales, porque nunca los registró. Platón consignó en sus Diálogos sus revolucionarias y a ratos contradictorias ideas -que han sido el centro de gravedad de la filosofía occidental hasta el presente, mediatizadas por incontables lecturas. De este modo, durante siglos, los escritores han congelado sus postulados en libros que los lectores debían descongelar para reincorporar a la vida diaria. En estas conversaciones, cada turno duraba años o siglos: Joyce replica a Shakespeare, que discute con Marlowe, quien polemiza con Virgilio.

Ahora, un ciudadano de casi cualquier país puede opinar en una discusión global acerca del futuro del mundo y recibir respuesta en horas o días, como si se tratase de un “foro” de la Atenas clásica. Como suele hacer, la historia nos ha devuelto a un mismo punto pero en un nivel más alto de la espiral.

Y ¿cuál es el papel del periodista en esta época? Ser partícipe del diálogo desde su posición, que le facilita algunas cosas y le impide otras. Entenderse como un circunstante más y no como el único; un interlocutor privilegiado, tal vez, pero jamás “imparcial”.

Pero de eso, más adelante…

El fin del monopolio

Continuando con el anterior post, lo que está sucediendo es un efecto natural de las leyes económicas. Los periódicos (y la televisión, y la radio) ejercían un monopolio sobre los canales de distribución de la información, lo cual (como en cualquier monopolio) les otorgó un inmenso poder.
En consecuencia, asumieron ciertas ineludibles responsabilidades; ante todo, filtrar lo que habían de transmitir, distinguir lo importante de lo accesorio, lo creíble de lo tendencioso. Los pasquines, sus antecesores, depositaban esta responsabilidad en el lector -del mismo modo que lo hace un sistema auténticamente liberal, donde el consumidor puede elegir.

Así, cada lector era su propio editor.

La descentralización informativa derivada del Internet ha erosionado este monopolio -y amenaza con destruirlo por completo, del mismo modo que la imprenta destruyó el monopolio que la Iglesia Católica mantenía sobre la educación. La responsabilidad regresa a los lectores: la tarea de separar el trigo de la paja, de distinguir entre el mensaje y el medio, entre la información y las intenciones.

Como siempre, los monopolios se resisten a abdicar de su condición de privilegio.

Sin embargo, alea jacta est. La suerte está echada -mal que nos pese.

Y nos ha pillado en el umbral de una nueva civilización.

La crisis de la prensa escrita, la democracia y Christopher Lasch

The Economist

Los periódicos han muerto.

Eso dice el antepenúltimo número de The Economist. Y no se equivoca: el periódico de nuestros padres, ese mamotreto de hojas que se leía de cabo a rabo, nunca volverá.

Hay varias razones, casi todas relacionadas con el Internet. Uno de los mayores ingresos de los periódicos eran los clasificados; ya no más, debido a páginas como la Craigslist. ¿Las noticias mundiales? Reuters, Associated Press, hasta las Wikinews te mantendrán más informado que cualquier periódico. Y sin mover un dedo: gracias a la sindicación, las novedades que te interesan (y sólo estas) te llegan directamente al navegador o al “agregador de feeds“.
¿Y los editoriales? ¿Esos textos en que los periodistas de mayor trayectoria reflexionan breve y agudamente sobre temas no tanto actuales como trascendentales?

Sí, claro… Lástima que el blog más cercano lo haga con mayor frecuencia, penetración, difusión -y ante todo empatía, ya que ha sido escrito por alguien como tú para alguien como tú. Por ejemplo, el célebre Instapundit.

¿Asesinato? Más bien suicidio

Buena parte de la culpa de la muerte del periódico es de los periódicos mismos; o de sus editores, reacios a admitir la necesidad de un cambio urgente y celosos del poder que, hasta ahora, ostentaban en las sociedades democráticas. Guardianes de la información veraz, vigilantes de la función pública, separando lo “noticiable” de lo que no lo era -y arrojando al cesto de la basura buena parte de la realidad en el proceso, los periódicos se han ido alejando insensiblemente de las inquietudes de su audiencia. Y no es que el Internet las satisfaga por completo; sólo que lo hace mucho mejor -aunque sea por la ingente cantidad de información disponible y por la capacidad de elección que eso implica. ¿No te gusta esta página? Pues navegas hacia otra, y listo.

Desgraciadamente, presionados por la realidad, muchos prefieren encerrarse en su torre -o en este caso, en su despacho- y repetirse como un mantra: “siempre hemos sabido lo que los lectores quieren, ¡y también lo sabremos ahora!”

El arte de la resurrección

¿Qué hacer? La discusión es intensa y desgarradora; aquí y aquí pueden verse algunos momentos. Hay ya algunos hitos: los periódicos deben volverse locales, personales e identificables.

  • El periódico debe volcarse hacia su comunidad, tomarle el pulso y publicarlo día tras día; descubrir qué es lo que le interesa a su audiencia en lugar de pretender dictárselo. En Reuters.com puedo saber lo que pasa en Hong Kong o Malasia; pero no lo que sucede en mi propio barrio. ¡Y esto último me interesa en grado sumo!
  • “La gente no lee”. No es verdad. La gente leería, creo yo, si se encontrase a sí misma en el texto. Las grandes historias no han pasado de moda; si cabe, se han hecho más intensas y urgentes que nunca. Ulises buscando su patria perdida, Julieta matándose por Romeo, Sócrates bebiendo la cicuta: aún conmueven, envueltas en mil disfraces, pues responden a los rincones oscuros e inexpresables de nuestras almas. Nuestras vidas están hechas de historias: ¿cómo es que los periodistas no se dan cuenta de ello?
  • Las fórmulas genéricas no sirven. Este impreso debe darme algo que ningún otro pueda: algo que lo haga distinto -no necesariamente “mejor”, sólo distinto. A menudo, ese “algo” es un atisbo a la “persona” del escritor; otras veces, el “enfoque” con que se suelen tratar los temas -con mordacidad, ligereza, suavidad, penetración… Algo que me haga comprarlo.

Panfletos, Lasch y democracia

Lo curioso, y algo en lo que, creo, no se ha reparado antes, es que si el periódico ha de renovarse, deberá volver a sus orígenes. Y ¿cuáles?

El denigrado panfleto.

Porque el panfleto, ese pasquín redactado por los vecinos de una ciudad y repartido en las calles de manera clandestina, era poderosamente local, personal e identificable. Objetivo, desde luego, no lo era; pero declaraba su partidismo abiertamente.

Exactamente igual que un blog.

El periódico desplazó al pasquín en virtud de la producción en masa, lo cual implicó una inevitable pérdida de diferenciación: los mismos contenidos para todos los lectores. Ahora, la especialización vuelve por sus fueros: el blog es el nuevo panfleto, escrito desde una perspectiva abiertamente parcial por y para la “gente común”. El fin de la centralización, en esto como en tantas cosas.

En La Rebelión de las Élites, Christopher Lasch, un brillante crítico social, hace una crónica del declive de los panfletos y del ascenso de los periódicos que arrojaría bastante luz, creo yo, sobre el arte de resucitar a los periódicos. Señala, entre otros hechos, que -contrariamente a lo que suele suponerse- el apogeo de la “objetividad periodística” coincidió con la agonía de la discusión democrática. Según Lasch, el debate es avivado por el partidismo y la libertad de información. El que dos periódicos transmitan versiones diferentes de un mismo hecho no es obstáculo para la democracia, siempre y cuando sus filiaciones políticas e ideológicas sean también declaradas. Así, los lectores pueden decantarse por una o la otra, contraponerlas y discutirlas.

Pero donde la “verdad” se impone, ¡nada hay que discutir! Peor si se trata de la “verdad” de CNN o FOX, filtrada de forma subrepticia por los intereses económicos de sus dueños y señores.

Los blogs y su éxito parecen darle la razón a Lasch: la gente quiere partidismo, personalidad y relevancia.
Y los periódicos habrán de verlo eventualmente.

Al menos, esa es mi esperanza.