Para Natalia

Un beso, y mucha suerte,

Dondequiera que estés.

Libre…

— I am a gentleman in a dustcoat trying
To make you hear. Your ears are soft and small
And listen to an old man not at all,
They want the young men’s whispering and sighing.
But see the roses on your trellis dying
And hear the spectral singing of the moon;
For I must have my lovely lady soon,
I am a gentleman in a dustcoat trying.

— I am a lady young in beauty waiting
Until my truelove comes, and then we kiss.
But what grey man among the vines is this
Whose words are dry and faint as in a dream?
Back from my trellis, Sir, before I scream !
I am a lady young in beauty waiting.

John Crowe Ransom, Piazza Piece

Somos habitantes del Monte Lu (o no se puede cambiar el mundo)

Del anterior post se desprende una reflexión breve y contundente: la mirada “desde afuera” no existe. El terapeuta es parte inseparable del “sistema terapéutico”, conque no puede “afectar” unidireccionalmente a la familia o a las personas en ningún sentido.

Así como la idea de “cambiar el mundo” deviene absurda en cuanto uno repara en que es parte de lo que ha de ser cambiado, así el “cambiar a la familia” (o “el patrón”, o “el problema”, o “las jerarquías”, o cualquier cosa) se vuelve un sinsentido cuando uno admite, en lo más íntimo, el “surgimiento mutuo” de la realidad, la mutua interdependencia de todo lo existente. Porque, entonces, se comprende que es imposible “salirse” para alcanzar una “mirada desde ninguna parte” (según la feliz frase de Thomas Nagel) o curar el yo usando el propio yo (como descubrió el Buddha) o “cambiar el sistema desde dentro” (como gustaba de advertir Bateson: nunca estarás “fuera” y nunca “cambiarás” nada).

Creo que la manera más hermosa de expresar esta verdad es un poema de Su Dongpo, de la dinastía Song:

El Monte Lu

Desde ese lado, un pico;
desde éste, una pradera.
Lo mires desde arriba o desde abajo
Nunca será el mismo.
¿Cómo es que no podemos descubrir
la auténtica forma de esta montaña?

Es que, ¡oh, amigo mío!, tú y yo somos
Meros habitantes del Monte Lu.

Déjate llevar

Tenía, en el cole, un profesor de literatura que nos obligaba a memorizar las poesías que estudiábamos (el Romance del Prisionero, los sonetos de Garcilaso, uno que otro de Rubén Darío) y a declamarlas en clase.

Parecía una estupidez –eso, al menos, creía yo entonces. “¿Para qué aprenderme esta porquería? ¿De qué me va a servir?” No había manera de evitar el ridículo: o bien metías la pata al declamarla, con lo que te hundía con sus sardónicos comentarios, o bien la cantabas de corrido, con lo que eran tus compañeros quienes se burlaban.

Sin embargo, pese a todo, valió la pena; y lo he descubierto mucho después. Este buen hombre nos enseñó, a su modo, el sentido de la poesía. Porque al leerla en voz alta te movía a paladearla, a sentir el ritmo y la métrica; y corregía incansable e inexorablemente tus errores. “Acentúa aquí; ¿es que no ves la tilde? ¿Es que no percibes el ritmo? El verso mismo te indica cómo debe ser leído”.

Se lo agradezco, de corazón, hasta el día de hoy; y sé que muchos de mis compañeros también lo hacen. Ya que la poesía debe declamarse; requiere, como la música, de un bien dotado intérprete –cuya función es, paradójicamente, quedarse en segundo plano y permitir que el texto se despliegue solo: “Ama el arte en ti mismo, más que a ti mismo en el arte” -sentenciaba Stanislavski.

La esencia de la poesía no son las ideas sino la musicalidad. En prosa se puede elaborar un razonamiento con mayor precisión, elegancia y generalidad; además, por las exigencias rítmicas y métricas de la poesía, un poema de más de cien o doscientas líneas se vuelve farragoso y desgarbado (a menos que se subdivida en fragmentos relativamente independientes, o que se relajen los requerimientos poéticos de rima y ritmo -como en el romance).

La musicalidad no se explica; para aprehenderla necesitas saborearla, escucharla, dejarte llevar. El verso mismo te indica cómo debe ser leído -mas únicamente cuando sabes interpretar sus sugerencias.

Y no hay más que un modo de aprender a hacerlo: leerlo, una y otra vez, bajo la atenta y desapasionada mirada de un maestro que no tema señalarte tus fallos.

Un maestro cuyo papel es, básicamente, enseñarte a dejarte llevar.

Un caballero, con su abrigo, intenta

Hoy, nada. Hoy, sólo un poema, dulce y delicioso, acerca de ella:

La Parca

Piazza Piece

I am a gentleman in a dustcoat trying
To make you hear. Your ears are soft and small
And listen to an old man not at all,
They want the young men’s whispering and sighing.
But see the roses on your trellis dying
And hear the spectral singing of the moon;
For I must have my lovely lady soon,
I am a gentleman in a dustcoat trying.

I am a lady young in beauty waiting
Until my truelove comes, and then we kiss.
But what gray man among the vines is this
Whose words are dry and faint as in a dream?
Back from my trellis, Sir, before I scream!
I am a lady young in beauty waiting.

John Crowe Ransom