Las emociones están cada vez más presentes en el Zeitgeist contemporáneo. Desde la ubicua “inteligencia emocional” de Goleman, pasando por la serie Lie to Me (vagamente basada en el trabajo de Paul Ekman), hasta el Dalai Lama… Todos queremos saber más de ellas, aprender a reconocerlas, “controlarlas”, transmutarlas…
Incluso la psicología organizacional ha trascendido los modelos conductistas y racionalistas para darles la importancia que merecen (como expongo aquí). Por no hablar de la psicoterapia en su conjunto; hasta los cognitivos, tradicionalmente reacios, han empezado a admitir la necesidad de incorporarlas en su trabajo, como lo demuestran títulos recientes del estilo de Cognitive Emotional Behaviour Therapy o Emotion-Focused Cognitive Therapy. (Lo malo es que se han limitado a añadirla a su lista de técnicas o problemas a abordar, endureciendo sus supuestos teóricos en vez de revisarlos críticamente; igual que Albert Ellis, solamente ponen una palabrita más, “emotional“, en una marca ya existente. Pero esto es harina de otro costal).
Sin embargo, en este reino de las terapias subsiste una irreductible aldea poblada por terapeutas sistémicos que resiste ahora y siempre al invasor… Terapeutas fieles a la maldición batesoniana contra las emociones (en síntesis, “la emoción es un concepto dormitivo que no explica nada“), al desaire de Selvini-Palazzoli y el primer Equipo de Milán (en síntesis, “la emoción no es más que una jugada para obtener ventaja en una lucha de poder”), al dictum de Jay Haley (“la emoción es una simulación“)… Terapeutas que han olvidado a los dos grandes “locos” de la terapia familiar, Virginia Satir y Carl Whitaker, pioneros del trabajo con y desde la emoción. Terapeutas que se mueven en lo pragmático (enviando tareas, prescripciones o rituales) o lo cognitivo (tejiendo reencuadres, metáforas o “diálogos sobre los diálogos”); y que, cuando sus consultantes lloran, se irritan o exclaman “me siento triste”, cambian de tema hábil pero inexorablemente: “y cuando se siente así, ¿qué hace?” o “¿quién más está triste en esta familia?”
“Primariamente amorosos”
En este irreductible grupo se encuentra un teórico y terapeuta (que tuve la fortuna de tener como maestro), Juan Luis Linares, empeñado en generar una “revolución amable”: recuperar las emociones. Convertirlas en miembros de pleno derecho en la teorización y la práctica de la terapia familiar. Y no sólo la emoción de la familia sino la del terapeuta mismo, que debe usarse como brújula para orientar la conversación en dirección del cambio positivo. Continue reading →